miércoles, 28 de mayo de 2008

Tu paracaídas


Lucas, un compañero del taller de narrativa, escribió en un relato que analizamos “el hablar de lugares desconocidos inquieta al más exigentes de los tertulios”. Yo completaría la frase con la idea de que cuando nos cuentan de algunas experiencias ajenas (las cuales sabemos nunca vamos a tener), nuestro interés no sólo permanece atento sino que nos llena de asombro. Por ejemplo el que algunas personas disfruten eso que llamamos la cercanía del peligro o el riesgo, nos deja sin entender que la adrenalina pueda ser el único incentivo para arriesgar hasta la vida.
Nunca imaginé que la hija de un cliente, una muchacha como de 22 años, con una figura que bien podría estar paseando por cualquier pasarela de moda, fuera una asidua practicante de saltos de paracaidismo con el muy respetado record de 30 saltos. Claudia que así se llama, me contaba el otro día en un encuentro casual que tuve con ella y su papá, lleva cerca de ocho meses lanzándose al vacío y disfrutando con ello. Por cerca de media hora permanecí interesada y literalmente con la boca abierta, con cada nuevo cuento de sus increíbles y fascinantes saltos.
Lo más asombroso para mi era la seguridad que mostraba en el convencimiento de que no era nada aventurado, porque todo estaba calculado al mínimo detalle. Su pasión al hablar de que saltar era cumplir con un rito, cada vuelo era una ceremonia en la que se integran avión, tierra, cielo y amigos. En fin de cuentas era más peligroso tomar un volante y salir a la calle, que ponerse el paracaídas para dar el gran salto. Según ella las estadísticas así lo probaban. En esa parte no quise contradecirla, ya que a diario los accidentes de tránsito se encargarían por sí solos, con sus cifras alarmantes, de callarme la boca.
Este episodio me recordó un correo recibido tiempo atrás en el cual contaba como un veterano de guerra se encontró una vez con alguien que lo reconoció de cuando ambos estaban prestando servicio en Vietnam y éste le dijo: Yo fui quien empacó su paracaídas el día de la misión en la cual tenían que saltar sobre un sitio tomado por la guerrilla y dependía para su éxito de un buen salto en el sitio preciso. La vida, del creo que Teniente para ese momento, estuvo en las manos de quien empacó su paracaídas. Cualquier fallo hubiese significado la muerte segura.
La moraleja de aquel cuento (si tiene alguna) es que a diario alguien está empacando nuestro paracaídas, es decir haciendo algo por nosotros, (la mayoría de las veces sin que nosotros nos percatemos de ello) para que tengamos en muchos casos el punto a favor o el que nos puede llevar a la otra orilla sin mojarnos.
¿Sabes quien empacó hoy tu paracaídas?
Te lo pregunto porque si bien yo no sé quien lo hizo con el mío, yo si sé que hoy empaqué el paracaídas de una sobrina, cuando con dos líneas que le agregué y algunas que le corregí en el escrito de contestación a una demanda, de seguro la ayudé a que no diera un salto al vacío.

martes, 27 de mayo de 2008

Venezuela musical


Hace ya varios años, lamento no recordar con exactitud cuantos, pero si estoy segura que al menos fueron más de cinco y eso para poner un límite a la memoria, estaba de acostumbrado paseo por la zona de Río Chico. El pueblo como tal desde hace más de treinta que lo visito, no tiene grandes cambios. Una casa que levanta un segundo piso, un pequeñísimo centro comercial, alguna panadería remodelada o algunas otras mejoras debidas únicamente a la iniciativa privada.
En lo que respecta a la obras que competen a la Alcaldía o a la Gobernación respectiva, da pena comprobar que las calles siguen teniendo los mismos huecos, (sólo a veces sometidos a parches) ; corren las aguas putrefactas por sus lados y un sin fin de males que no parecen encontrar un ente público capaz de resolverlo.
Es dentro de este marco invadido por la desidia que un día tuve una grata sorpresa. Un grupo de niños y jóvenes se acercaron a la heladería cercana a donde yo estaba, (la cual por cierto no la he vuelto a ver) y con la algarabía propia de la edad, creo que arrasaron con todos los mantecados y chocolates habidos, sin descuidar el instrumento musical, que muchos de ellos tenían en la mano.
En aquel momento lo que me llamó la atención fue preguntarme ¿De dónde salían? No tenía idea que en aquel pueblo olvidado en muchos aspectos, hubiera un grupo que se dedicara a hacer música. Que alguien tuviese una academia o escuela de música, como que no pegaba con el ambiente pueblerino dejado de la mano de Dios, que en otros aspectos se observaba.
Reconozco que, cual preguntona curiosa, me acerqué al grupo y los sometí a un interrogatorio que hubiese sido la envidia de la CIA o de la KGB. Fue así como descubrí que hasta allí había llegado el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, que con tanto acierto, una profunda voluntad de trabajo y por supuesto una mística admirable había fundado junto a otros destacados músicos el hoy multi laureado Maestro José Antonio Abreu.
Una de las victimas de mis preguntas fue una niña de cerca de 10 años, con un pelo largo trenzado atrás, que llevaba agarrado en sus manos el estuche de un violín , con tanta pasión como la que ponía en devorarse su helado. Sus ojos color guarapo brillaban como estrellitas cuando me contó que ya eran dos años que tomaba clases de música y que no quería estudiar otras cosas como no fuera lo que tenía que ver con ella. La mamá, un poco recelosa, estaba cerca y se unió a mí para confirmarme lo que me estaba diciendo Yudis (no podía faltar un nombre así) y agregarme además que la música le había cambiado la vida a su hija. Ella había nacido con un defecto en una pierna (no supe cual porque vestía pantalones largos), por lo que siempre estaba aislada hasta que entró en contacto con el violín, sus clases, el grupo de amigos con iguales inclinaciones.
A la distancia de tantos años, con el recién otorgado prestigioso premio Príncipe de Asturias al fundador de tan exitosa iniciativa, hoy me pregunto y ahora sin nadie a quien interrogar para confirmar:
¿Que será de la vida de Yudis?
Es mi deseo que haya podido continuar con su música y que al igual que a ella le cambió la vida, el maravilloso proyecto del Sistema de Orquestas, que hoy es una realidad, se quede y consolide por muchos años más, de manera que lo que en principio sonaba a eslogan publicitario: Venezuela sembrada de Orquestas, pueda extenderse por otros países y así se nos conozca no sólo por la riqueza petrolera, sino por nuestras juventudes musicales.
¡Bravo, Maestro¡ A tocar y luchar.