viernes, 24 de octubre de 2008

El final de la búsqueda

Hacía tiempo que la buscaba. Se había convertido en casi una obsesión. Muchas veces la vi en mis sueños y me la imaginaba real, cercana , al alcance de mis manos. Que ellas pudieran hurgar dentro, encontrar en sus pliegues muchos secretos y hacerlos míos. No esperaba encontrarla en este viaje a México. Total, ya en otros viajes mi búsqueda no había tenido buenos resultados. Unas veces creía haberla hallado, pero al examinarla con detenimiento, me encontraba que esa tampoco era. No se amoldaba a lo que yo quería. Otras veces, lo confieso, la vi tan inaccesible que ni siquiera me atreví a acercarme lo suficiente. Acaso me alejaba así de la tentación, de lo que ello pudiera costarme más tarde y arrepentirme cuando tuviera que pagar un alto precio por el pecado de tenerla.
Sin embargo, la vida me tenía reservada una agradable sorpresa.
Paseaba por Oaxaca (México) y al volver mi cabeza, con la distracción que me imponían la vista de los balcones enrejados; portones grandes que me acercaban a patios amplios con salas llenas de habitaciones que guardaban muchos secretos del pasado colonial de la ciudad; me llegó el asombro. Allí estaba ella, podría decir que hasta me miraba detrás del cristal que la guardaba y protegía e invitaba a que traspasara la puerta que nos separaba y la hiciera mía. Parece fácil decirlo: hacerla mía.! Si llevaba meses tratando de encontrar una como ella¡
Pero para ello tenía que comprobar que en realidad era lo que yo esperaba y ansiaba que fuera.
Entré con decisión, no sólo de mis pasos firmes, sino con la actitud de que si al examinarla de cerca resultaba en verdad ser la propia y adecuada, no lo pensaría costara lo que me costara.
Me acerqué, la tomé entre mis manos, sentí la suavidad de su piel. Tenía el color negro que le daba el carácter de lo duradero. Vi su tamaño y pensé que era el apropiado a mi estatura y talla. Calculé su peso. Lucía liviana, manejable, pero a la vez práctica. Algo así como ni mucho ni poco, sólo lo suficiente. Podrían quedar satisfechas todas mis necesidades. Para tomar mi decisión definitiva hice algo más: Metí mis manos en cada una de sus partes e imaginé como podría llenarlas. Tendría que poder contener todas mis cosas. Nadie es capaz de imaginar nunca todo lo que solemos necesitar tener cerca, guardados como si fueran tesoros. Algo así como una lima de uñas o una pinza para las cejas, o un lápiz labial. A veces esas menudencias son hasta más importantes que el dinero o los papeles de identificación.
Al final hice la temida pregunta con la esperanza de que la respuesta me convenciera de que sí, de que ella era en efecto la que buscaba.
¿ Cuanto cuesta?
¡Que alegría¡ El precio era el adecuado y se ajustaba al cupo de Cadivi que aún me quedaba en mi tarjeta. No lo pensé más; pagué con la sonrisa más grande que pude darle a la vendedora y tomé mi bellísima cartera de cuero negro, con tres compartimentos y su forro interior también de piel; con cierre y remaches bien terminados y salí al mundo.
Un cielo azul, una calle adoquinada y la vista de la plaza del zócalo llena de gente que reía, escuchaba a los músicos callejeros y tomaba tequila o cervezas, me dijeron que el día era perfecto.

Mi búsqueda por la cartera soñada había terminado. ¡Viva México¡