miércoles, 2 de junio de 2010

Gracias al chocolate ...o... la culpa es del chocolate




SIEMPRE SON LOS PLACERES LA CUNA DE LOS PESARES
CAMPOAMOR



Mis recuerdos más lejanos no me permiten fijar en el tiempo el precioso momento en el cual comencé a degustarlo y hacerme una fanática o viciosa de él. Cautive o repugne, el chocolate ya conquistó su lugar en la historia y para muchos de nosotros ese placer es suficiente. No obstante la curiosidad me obliga a preguntarme ¿Cuándo esa combinación de la semilla del cacao a la cual luego de ser procesada y de serle agregado canela, vainilla, y algunas otras especies me devino en un placer?.
Las cajas de chocolate, los bombones, o en forma de tabletas, todos aderezados con diferentes ingredientes como avellanas, nueces, granos de arroz, pasas, rellenos de licor, formaron el caleidoscopio de sabores que me acompañó desde mi infancia y que aún me sigue fiel como las mariposas a las luces o el niño a la pelota.
A mi cuerpo y a mi paladar tampoco le ha importado saber de su historia. Si el chocolate nació con una partida que data quizás de 1502 cuando el navegante Cristóbal Colón en su cuarto viaje a América pisó tierra en la isla Guanaja (Isla de Pinos en la actual Honduras), y a su vuelta a España lo ofreció a los Reyes Católicos, no tiene relevancia. Le basta con el deleite que le ocupa y que a veces hasta le corta la respiración y le lleva a trasladarse con autentico regocijo por una transitoria locura que se llama chocolate. La fiesta de la lujuria comienza al sólo verlo, y hacen que la razón y la cordura pierdan el acertado juicio Así de simple.
Que el mismo dios Quetzalcóatl en tiempos ancestrales haya dado a los hombres las primeras semillas de cacao, sólo viene a corroborar que es alimento y placer de dioses. Hay que rendirse ante su majestad y en verdad su consumo nos hace más vivaces, agudos, aguardando que la mezcla se derrita en las papilas y nos prodigue un suave cosquilleo.
La delectación nos acompaña desde el primer momento en que, al igual que en una caricia, comienza el viaje de los sentidos sin vergüenza ni recato. Cuando Hernán Cortes descubre México en 1519 y le fue ofrecido por la india Marina, (“la Malinche”) una taza de la bebida que llamaban Xocalatl, quedó maravillado y osó describirlo con estas palabras “cuando uno lo bebe puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse”. El conquistador había sido cautivado y llevaría el fruto del cacao a reinar en las cortes europeas.
El chocolate nos da el consuelo cuando hay días tenebrosos. Nos llena de alegría cuando proviene como un regalo del ser amado. No oponemos ninguna resistencia ante su prometido goce. Es débil el cuerpo y la prudencia huye. Se doblega el ánimo y cae en éxtasis como si anticipara un merecido orgasmo. No hay pasión sin entrega, aunque el discernimiento nos aconseja que si nos otorgamos a ella sin reparos, deberemos fijarnos un límite. No quiera que nuestro cuerpo resienta el abuso y seamos incapaces de encontrar el remedio.
Como todo vicio que nos hace su presa, no puedo rebelarme aún a sabiendas de que puede haber daños colaterales. Es como el cometa que alza vuelo hacia el infinito sin ver el riesgo que representa el entramado eléctrico.
Sin embargo temo a las consecuencias. El miedo está ligado al cuerpo vascular. La culpa acecha y el temor a los efectos aparece sigiloso como un fantasma. La débil creencia de que su diario consumo puede reducir riesgos cardíacos no está lo suficientemente comprobada. Hay un debate planteado y la experiencia nos persuade a no seguir las acciones cuando la multiplicación de un error nos puede llevar a la perdición.
El problema está en que las proscripciones por órdenes médicas no funcionan. Es sabido que el placer de lo prohibido o inalcanzable, lejos de ser una muralla que nos impida transgredirla se convierte en un acicate de la adicción.
Sé que peco al comerlo en exceso y al revelarlo ojalá que se me imponga una penitencia leve y vean en mi confidencia, no un tardío arrepentimiento sino una justa promesa de cambio.
En conclusión, revelemos en forma abierta la verdad. Yo me impuse decir parte del todo de lo que me causa placer y sin ser indiscreta, pienso que guardar silencio no es mejor que opinar sin estorbos de nuestras flaquezas. Quien es sabio y confiesa sus culpas se hace más propenso al perdón antes que a la condena.
No puedo sino dar las gracias al chocolate por los momentos de deleite en su compañía, pero a la vez y sin que por ello cometa la afrenta de difamarlo, tengo que decir con ardientes palabras que también tiene toda la culpa. Si confesar un vicio me deshonra, llevarlo en las caderas me absuelve. Me resigno a pensar que creo más fácil llevar el peso de mi desliz encima que vivir sin alcanzar la gloria de saborear el fruto del Theobroma cacao.