viernes, 2 de julio de 2010

Sala de espera


La contestadora deja oír su mensaje con un tono de voz con acento indefinible entre argentino y uruguayo: Nuestro horario de trabajo es de 9 a 12m y de 2 a 6 p.m.....No damos cita. Acérquense hasta el edificio...La voz continuó con las señas de la dirección y finalizó con un amable: Estamos para servirle.
Al llegar al sitio sobre la puerta colgaba un letrero que desafiaba cualquier temor a la inseguridad o delincuencia: Toque el timbre que será atendido.
La orden fue cumplida y la puerta se abrió dejando ver a una mujer treintona, de buen ver, quien vestía unos pantalones por debajo del ombligo que pedían a gritos auxilio para no sufrir el riesgo de caerse.
La sala de espera de menos de 15 m2, iluminada con luz artificial en plena restricción, tenía seis sillas alineadas frente a un televisor de 19” que invariablemente en estos días transmitía un partido de fútbol, ésta vez de Argentina contra Grecia. La única silla disponible hacia tiempo debía haber visitado a un tapicero, su relleno se salía por los bordes como lenguas de algodón que se burlaran de los presentes. En una pared un afiche de Botero mostraba una de sus reconocidas gordas, con un cigarrillo en una mano y en la otra recibía de una mano que salía de los bordes del cuadro un fajo de billetes. Ya aquello daba una mala espina, al igual que el otro afiche de una supuesta diosa hindú cuyos ojos estrábicos se debatían entre mirar al televisor o a un joven con el pelo ensortijado y lentes a lo Jhon Lennon, que al igual que los otros cuatro, esperaban con cierta ansiedad. No se sabía bien si a ser atendidos por la vidente o al resultado del partido que se celebraba en el otro confín del mundo. Dos puertas visibles desde la sala, permanecían cerradas y a través de una de ellas se oía una música de campanitas y voces en polifonía vocal que pretendían dar al ambiente un aire ficticio de meditación. Sobre la mesa de centro tres figuras dominaban la escena un Buda dorado y sonriente, una bandeja con pétalos de lo que alguna vez fueron rosas y un cartel que subrayaba por un lado No fumar, y por el otro la propaganda de un taller mecánico. En casi cuarenta y cinco minutos, (lo que duró el partido en su primer tiempo), nadie fue llamado a transitar por el pasillo que conducía al cuarto de consulta. Las revistas que en desorden estaban a un lado de la silla enferma, no eran sino ejemplares caducos de Estampas o Todo en domingo. Nada que leer.
Al fin salió por la retaguardia una mujer con uniforme ministerial que fue directo donde la treintona, colocó 50 Bs. en un bol de vidrio y con una media sonrisa le dijo Hasta pronto.
—Que pase el próximo anunció - sin ningún entusiasmo- la dueña de los pantalones equilibristas.
— ¿Cuánto tiempo falta para que me atiendan? — se oyó preguntar a una morena adolescente, pero ya embarazada.
—A este paso serán como dos horas, es que hoy no sabíamos que iba a venir tanta gente.
En vista de que la vidente no pudo prever ese detalle, la futura madre optó por retirarse y yo tras ella. Seguro estaría más interesante lo que me podría decir mientras bajáramos los ocho pisos sin ascensor, que lo que vería en la sala de espera.