domingo, 15 de marzo de 2009

De mi diario de viajes



Bogotá.

26 de febrero 2.009: Cumpleaños de Gustavo.

Por recomendación de una amiga lo celebramos en el restaurante Gaira. Sus dueños son los Hermanos Carlos y Guillermo Vives. La reservación (imprescindible) estaba pautada para las 8 pm. y además con la advertencia de que sólo la guardarían por 15 minutos después de la hora. Tanta exigencia estuvo completamente justificada, porque la cola para entrar al sitio, aunada a la vigilancia y revisión que se hizo de todos los que puntualmente esperamos que se cumpliera con el chequeo, tal cual como si fuéramos a entrar a un aeropuerto del Norte o a la bóveda de un Banco, nos dio la idea de que adentro debía de estar lleno.
Gaira está ubicado (Calle 96 13-16), dentro de una casa quinta de dos plantas, perfectamente acondicionada para cumplir como restaurante y como sitio de shows. Teníamos la secreta esperanza de que Carlos Vives, el estupendo canta autor y dueño no sólo de la simpatía del costeño, sino de una de las voces más representativas de la música autóctona colombiana estuviera ese día allí y cantara. No era fácil que eso sucediera, ya que cuando no está de gira, vive en Santa Marta. Pero para beneplácito nuestro y en especial del cumpleañero, que festejaría sus recién adquiridos 63 oyendo la música de su tierra, el hombre de la sonrisa abierta, estaba en Bogotá y cantó (para nuestro deleite) por más de 40 minutos, acompañado de toda la banda, acordeones e instrumentos respectivos que hacen que el ritmo se contagie hasta para los paralíticos.
Así que nos dieron las 3 de la madrugada acompañados de los sones de las cumbias y vallenatos, del resto del show, (del cual también forma parte su hermano Guille) y por supuesto todo esto escanciado con un buen vino y excelente comida.
A nuestra salida del sitio una pertinaz lluvia y la temperatura que había descendido hasta límites para nosotros extraños, nos recordó que Bogotá está tan distante de Caracas, como lo está la amabilidad de sus citadinos, que por aquellas tierras no parecen olvidarla cuando se trata de atender al visitante.


1 de marzo de 2.009
Santa Marta: Quinta San Pedro Alejandrino.

Desde pequeños escuchamos o leemos sobre nuestra historia patria y se nos enseña que Simón Bolívar murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta, en la quinta de San Pedro Alejandrino. Mi última visita a ese sitio fue casi hace 30 años y quise con esta nueva hacer un balance y comprobar que tanto mi memoria había guardado en todo este tiempo. Confieso que sólo eran como flash.
La Quinta, antigua hacienda de caña para el tiempo en que el Libertador pasó sus últimos días allí, estaba bastante alejada de la ciudad. Hoy en día el progreso llega hasta sus mismas puertas cerradas con rejas de hierro pintadas de verde y colindante sus muros con otras edificaciones y vías pavimentadas, incluyendo uno de los centros comerciales más grandes (Buena Vista).
A la entrada se nos asigna un guía. Éstos son jóvenes estudiantes que deben de cumplir con cierto número de horas (350) de trabajo voluntario para completar su tesis y poder optar al titulo de Bachiller. Nuestro guía Juan Carlos Jaraba, con una autoridad digna de un miliciano arrepentido, llevaba acumuladas 150 horas y se sabía bien la lección, o al menos el caletre lo tenía bajo control.
Bajo la conducción de Juan Carlos y sin dejar de prestarle atención a sus recomendaciones: no toquen, por allá no se pasa, no se dispersen, hicimos el recorrido por los cuidados jardines con el centenario árbol donde se dice le colgaban la hamaca al ya moribundo héroe; la casa en sí, con la habitación que conserva la cama donde murió Bolívar, la tina que le servía de bañera, el comedor con parte de la vajilla de la hacienda; la alcoba del fiel mayordomo Palacios que lo acompañó hasta el final. Todo luce arreglado y los objetos allí expuestos se les guarda con respeto y admiración.
Se respira paz en todos los ambientes; en el largo camino sembrado de árboles hacía al mausoleo que se erigió en homenaje al centenario de la repatriación de los restos hacia Venezuela; dentro del monumento con una enorme escultura que nos representa la cara de Bolívar que vista desde diferentes puntos, nos muestran al ambicioso de libertades, al pensador y al hombre vencido en sus últimos días.
Una visita que me puso en contacto con mi venezolanidad y me dio esperanzas para no desmayar en la lucha por mantener la libertad en nuestro país; sobre todo cuando leí la placa en mármol que está a la entrada y que tiene grabadas las palabras de la última proclama del Libertador y su aleccionadora frase final:
Colombianos, si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión: yo bajaré tranquilo al sepulcro.
De verdad que al leerlas sentí como si un bloque de hielo se deslizara por mi espalda.