domingo, 21 de marzo de 2010

Admiración

Admiro a quien se levanta temprano, aún a sabiendas de que el trabajo le hará parecer el día más largo.
A quien es capaz de ponerle poesía a lo que escribe de una manera fácil.
A quien se cae muchas veces y una y otra vez se levanta animoso y no frustrado.
Al perro del vecino que aguanta a un dueño hediondo y antipático sólo porque lo llevaba de paseo dos veces al día a desahogar su vejiga y otras cosas más.
Al vigilante del edificio que mata las horas, una tras otra, sin otra compañía que los canales de TV venezolanos.
A la niña gordita puesta a dieta por su mamá, pero que me toca la puerta y me pide chucherías.
A la Sra. Ana, mi cocinera por 20 años, que vive más allá de Las Adjuntas y que a pesar de sus 85 años quiere seguir trabajando.
Al buhonero cerca de Plaza Venezuela, tuerto, casi cojo, y siempre sonriente aunque vende muñecos con la cara de Chávez.
Al dueño de un autobús que tiene escrito en el vidrio trasero "En honor a mi abuelo”.
Al vigilante de tránsito apostado en la cuádruple intersección de un semáforo dañado hace más de dos meses y que recibe estoico los saludos a su mamá y el corneteo de cientos de automóviles.
A quienes tienen que tramitar documentos ante el Registro Civil o cualquier oficina pública y no mueren en el intento.
A todas las mujeres a la hora de hacernos la mamografía, parir a un hijo o cuidar a un marido con gripe.
A mi amiga la que está casada con un borracho, que además es un pichirre.
Al marido de otra que sólo sabe hablar de enfermedades y además con voz chillona.
A esta Caracas noble que soporta sequía, ranchificación, tráfico, malandros, motorizados suicidas, calles rotas, y otros miles de males y que sin embargo todavía, en días claros nos regala la luz desde El Ávila y nos anima con los aullidos de las guacharacas.