viernes, 21 de marzo de 2008

Una pausa necesaria


A veces es necesario tomarse un descanso, no hacer nada o por el contrario hacer mucho pero de cosas diferentes a las que acostumbramos hacer, esas que obligantes forman parte de nuestro cotidiano y de la cuales nos cuesta desprender. Así, en estos días dedicados a la Semana Santa, me fui a la playa, a ese rincón privado que en forma de apartamento tengo por los lados de Río Chico, en Las Mercedes de Paparo, a compartir con una de mis hijas, las dos nietas y el enganche (novio) de una de ellas. Aproveché para dormir y leer más de lo que había podido hacer en las últimas semanas, metida como estaba en una espiral de trabajo, que les aseguro no me había buscado conscientemente; y a comprobar como a medida que la edad nos alcanza, ya las actividades relacionadas con el bullicio, el gentío y la música a decibeles tan altos que hasta los papagayos se asustan, no son cosa que nos atraiga en forma particular.
En la playa el sol estaba en su esplendor, el mar con su agua limpia, como pocas veces podemos disfrutarlo, con la temperatura adecuada y la vigilancia oportuna de bomberos, ambulancia y todo un personal dispuesto al socorro de los osados que se salieran del límite establecido como zona segura. Pero esta esmerada atención tenía un alto precio: escuchar insistentemente y voz en cuello amplificada por los quien sabe cuantos megavatios (no se si dice así) del micrófono del improvisado locutor, que era gracias a Diosdado… y aquí me detengo a respirar, porque la lista era larga. Salían a relucir desde la Gobernación, la Alcaldía, la Corporación de Turismo y cuanta institución oficialista quería ganar los favores de los temporadistas.
Desde el balcón de mi apartamento, por el contrario, no se necesitaba micrófono para escuchar la algarabía de los miles de pájaros, que cerca de las seis, regresaban a sus nidos en los manglares que están en los canales. Un espectáculo visual que nos solemos ver cuando estamos en la capital, absortos en el corneteo y ruido de las motos y pendientes sólo de mirar si el vecino en la cola del tráfico no nos deja pasar o casi nos choca.
De regreso a casa, a la de todos los días, con la labor doméstica atrasada por la ausencia y aumentada con la ropa sucia del viaje, me prometo y esta vez en forma solemne no salir más de vacaciones cuando todos lo hacen, sino aprovechar el próximo asueto para bajar un poco la pila de libros comprados y que aún están sin leer.
Por cierto, el próximo 1 de mayo cae en jueves, ocasión ideal para hacer puente, ya que el 19 de abril es sábado y nada que ver, no hay fiesta.

Dos clases magistrales



Tuvimos la maravillosa oportunidad de tener como parte de nuestro programa de estudio en el Diplomado en competencias especializadas de escritura, la presencia como expositor del escritor Antonio López Ortega, quien nos regaló con dos clases magistrales, los días 1 y 8 de marzo. Tal fue el entusiasmo que provocó entre todos los participantes, que le sacamos la promesa cierta de una tercera clase el día 12 de abril próximo.
El estudio detallado que de diversos textos hicimos durante las horas, pautadas en principio sólo de 9 a.m. a 11 y 30 a.m., nos envolvió de una manera tan apasionante que esos sábados se nos hicieron cortos, y fue ya casi entrada la tarde cuando muy a nuestro pesar dejamos ir a López Ortega.
Está pendiente para la venidera clase, el análisis y discusión (entre otros), del texto original de Jhumpa Lahiri “Una cuestión temporal”, lo cual promete ser igual que en nuestras anteriores sesiones un interesante ejercicio para ayudarnos no sólo a entender la estructura del relato, sino darnos envidia por la erudición, conocimiento y facilidad con que el Prof. López Ortega nos va llevando por el mundo del autor a través de su escritura. De veras que en lo particular espero con ansias el próximo 12 de abril, con la triple tanda: en la mañana Fedosy Santaella y a partir de las 2 p.m.: Antonio López y después para cerrar como corresponde, tremendo bonche en la casa de uno de los compañeros (en plena planificación).