lunes, 19 de enero de 2009

Suturas para una ciudad herida

En el grupo que se ha formado alrededor de la figura del poeta y escritor Armando Rojas Guardia, quien nos dicta el Taller Literatura y ciudad, hay talento de sobra. La compañera Thamara Jiménez, escribió esta bellísima y sentida reflexión que me complazco en traer a este blog, con la plena anuencia de su autora. Ella lo tituló: Suturas para una ciudad herida. No había mejor titulo para esa lírica, y tal como dijo nuestro mentor “a medio camino entre el ensayo y la prosa poética”. Un acierto de Thamara que quiero compartir con mis lectores para que, al igual que yo, sientan el gozo en cada frase, esas que nos dan imágenes concretas; que nos amarran y a la vez nos abren al vuelo imaginativo y nos llevan a pensar en nuestra Caracas desde una perspectiva femenina. Como una mujer con una historia que contar y sufrir. Disfruten entonces y al igual que muchos al leerlo, tomemos un tiempo para tomar conciencia de lo que estamos haciendo o mejor dicho dejando de hacer para que Caracas se nos haya vuelto una ciudad herida urgida de que nosotros la cuidemos y le hagamos sus suturas.

Una ciudad es vientre y útero, en ella la sangre fluye para dar vida, para armar sus ciclos con días. Ovula y menstrua como cualquier fémina. Se excita, tiene tiempos felices; coquetea y conquista. Se aparea, concibe, gesta y pare. Pero se cansa, se enferma; puede tomarse con calma la menopausia, o mutar en la amargura. Ella hace y relata la historia; también podrá ser memoria muda, amnésica, o simplemente confundida. Tendrán sus hijos que hacer algo por ella, de ella han vivido. En ella viven.
Todas las imperfecciones nadarán hacia El Güaire, a él le cuesta, con la pesada carga, y su pestilencia cumplir el viejo destino. Cada vez más difícil el camino, se agudizan las estrecheces y obstáculos. Cielo y tierra, vecinos nublados.
Un sentimiento nómada, de placer, recorre la ciudad. Huye. Le impresiona esa sonrisa de dientes de oro y aluminio, de cárcavas oscuras.
En el vientre palpitante de la tierra, en las fauces de metal transitan enjambres humanos, que dúctil izan sus cuerpos en uno; son tejidos, órganos y membrana. Ágilmente contraídos salvarán el culo, el vientre, las tetas; la guillotina hábil de las compuertas será amenazante, un arma, castigo. Una y otra vez el timbre de emergencia, y la voz enfadada del chófer –Por favor no obstaculicen el cierre de las puertas. Las sonrisas, el sudor, la contracción al unísono, allí la transmutación de cuerpos a membrana. Cojan aire, metan la barriga, cállense. Enmudece la alarma, arranca el tren y arrastra los vagones. En móviles y pulseras activas, el tiempo avanza; igual pasa en las oficinas y las tiendas; el fantasma de la demora se multiplica. Hay una carrera diaria, que no cesa; más bien acelera. La parada indicada, un vaho sudoroso escupe pasajeros, sopla un hilo de aire; una nueva inyección humana. Hay aporreos, pisotones, empujones. Se repite el ritual, todos hacen uno; una membrana silente, compacta y sudorosa; se contrae, poco a poco se expande. Un acordeón humano que produce gemidos, quejas, lamentos.
A cielo abierto, amenaza la lluvia; el cielo plomizo no viene con cuentos. Trae gotas y aguacero. El vendedor de paraguas hace de las suyas, los vende sin descuento
–Son los últimos. En minutos una nueva docena aparece de la nada. Los que corrieron llegan mojados, también sus bolsas de Arturo´s, Mc Donald´s, o algún pote de comida china. Un almuerzo suspendido, en cambote, la entrada del gran edificio se atasca en su hora más concurrida. Unas cuantas mentadas, algunos suspiros. Pocos complacen sus estómagos, la fiera digital los delatará en tarjetas; una autoridad en la materia los juzgará. Una citación y una carta con responso se vislumbran cercanas.
La desesperanza y el desasosiego concebirán un vástago; un bastardo de sus propios cimientes. Romperá el celofán de tanta pena, vertebrará los días. Con lluvia germinarán sus semillas. Suele ocurrir.
Levantarás el vuelo con mi aliento, te soplaré como a una pluma. De canario de tejado, arrendajo, guacamaya, azulejo, cristofué. Tordo. En tu vuelo se anunciará la caída, todas las ciudades y todas las plumas lo han hecho. Vertida en El Güaire, teñida de tarde, reverberada en azul. Armas negras, plateadas y doradas apuntarán en todas las direcciones. Puteada, con unas pocas monedas a tus pies… no servirán de nada. La inflación no te dejará comprar una peineta nueva, ni un guante, ni siquiera carmín.
Te he querido tanto, Caracas, ciudad sin fin. Quisiera vestirte de nuevo, que estrenes con el lujo que acostumbrabas. Con ropa cara, con prendas, perfumes. Chanel. Sandalias doradas, zarcillos de rubí, oro y gemas en el cuello y el pulso. Un diamante en el anular derecho, grande, escandaloso. Que al verte, cualquiera se pregunte si es un sueño o una ilusión.
Basta, quiero hacer limpieza, borrarte la pestilencia, las pesadillas, el rojo que te asfixia, en la sangre de tus hijos y en la pornografía politiquera. Sangre que ha robado el sueño y la quietud; que almidona con costras pegajosas los ojos de esta ciudad insomne; de su gente, de sus diarios. Harta de tanta noticia triste, del mar de llanto que navegamos hace rato, de ese ejercicio salobre de 24 horas. Encenderé una rockola, no me importa quién cante, pero que no se oiga el bullicio, la balacera, los gritos. El dolor.
Estoy cansada, Caracas. ¿Y tú? “

Por Thamara Jiménez
Primer trabajo. Noviembre 2008
Taller Literatura y ciudad