sábado, 19 de junio de 2010

Los héroes que nos dejó La Herencia de la Tribu


El jueves 17 de junio fue la fecha señalada para el encuentro mensual del Grupo Visión. En esta oportunidad la invitada Ana Teresa Torres nos dejaría saber algo más de lo que con verdadero interés habíamos leído en su libro LA HERENCIA DE LA TRIBU – Del Mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana.
Cuando la amiga Nora Bustamante me solicitó hiciera la presentación del citado libro, lo primero que pensé fue que con la extensa obra de la autora compilada en más de trece libros publicados, sus merecidos premios tales como el Premio Municipal de Narrativa y Premio del Consejo Nacional de la Cultura, por su obra El exilio del tiempo; el Premio Mariano Picón Salas y el Premio Pegasus por Doña Inés contra el olvido, además del sitial que ocupa como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Lengua, y su reciente Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Católica Cecilio Acosta del Zulia, no iba a ser fácil comprimir en pocas líneas su hoja de vida. Además de ello sus colaboraciones en la prensa nacional y revistas especializadas nos dan cuenta del enorme caudal creativo que la autora prodiga, al igual que largas investigaciones que realiza para darnos en cada uno de sus obras esa visión particular del encuentro del individuo con su historia.
Respecto al libro que comentamos, se abrió con los asistentes un debate enriquecedor, matizado con la palabra certera de la autora. Así pudimos conocer que lo que la motivó a la escritura de LA HERENCIA DE LA TRIBU, fue la televisión. Ella como cualquiera de los venezolanos o residentes en este país, ha visto o más bien sufrido las largas cadenas presidenciales y al observar a través de ellas como el discurso del único interlocutor ha rescatado, avivado y cultivado el mito de la Independencia, pensó que había que llevarlo a la escritura y analizarlo. No es que Chávez lo hubiera inventado, sino que lo ha potenciado y hecho suyo. La gesta libertadora ha sido llevada a los sacrosantos altares y su héroe por antonomasia ha sido consagrado. Somos los hijos de la Patria, herederos de esas glorias y como tales debemos de cumplir con los sueños inconclusos del Padre.
Me permito copiar aquí la opinión autorizada del historiador Elías Pino Iturrieta quien dice que: (cito) ” En la herencia de la Tribu, Ana Teresa Torres no escribe un libro de historia, sino una reflexión cuyo fundamento se localiza en un soporte historiográfico que le permite llegar a conclusiones dignas de atención. Tampoco pretende la descripción de textos recientes de la sociología, la politología, la psicología social, la investigación artística y la crónica de coyuntura, pero recoge lo esencial de sus aportes para vincular lo que pudieron pensar los historiadores sobre el nacimiento de la república con los análisis sobre la actualidad que no han dejado de mover la opinión de un sector calificado de receptores”.
No hay duda de que los planteamientos de la autora, quien declara abiertamente que no es historiadora, ni sicóloga, ni socióloga, y tampoco politóloga, están plagados de reflexiones que amalgaman cada una de estas especialidades y que nos dan cuenta de una extensa labor de investigación y compromiso con la realidad que vive el país.
Al término de la reunión y a la pregunta de ¿Qué se quedó de ti en La historia de la Tribu?
Su respuesta luego de unos minutos de meditación, acompañada con un gesto que adiviné como de desaliento fue corta y lacónica, pero también determinante
—Mucho…mucho.
La nostalgia por todo lo que estamos perdiendo, la certeza de que recuperarnos de estos años de desidia plagados de un discurso político que cada día nos aleja y diferencia entre los unos y los otros; la verborrea que nos envuelve entre la ilusión y el engaño, todo ello hizo que el silencio se posara por momentos en cada uno de los asistentes.
Por fortuna y para completar el éxito de nuestra reunión, las atenciones de nuestra anfitriona Piedad Troconis y su delicioso chupe con el cual nos obsequió, nos reconfortaron y dieron ánimo para afrontar los días aciagos que todavía nos quedan. Los días por llegar cuando la tribu saque su casta guerrera y de nuevo rompa cadenas.
Gracias Ana Teresa por brindarnos tan excelente lectura y darnos el punto de inicio necesario para la reflexión.

Anillos de amor

Estamos rodeados de cosas que pueden ser utilitarias, de simple adorno, feas o hermosas. Objetos viejos, recién comprados, odiados, que nos dan satisfacción, que nos ayudan. Que se vuelven alegres, o nos entristecen. En fin cualquier adjetivo le puede ser agregado que de seguro se le adapta a alguno de ellos. Sin embargo muy pocas de las cosas de nuestro entorno o que llevamos con nosotros tienen implícitos una historia de amor o perduran en el tiempo ligados a hechos que los hacen memorables o imperecederos.
En Enero de 1939 Rodolfo, un maracucho y solterón empedernido,nacido con el siglo, sucumbió a la sonrisa fácil y la alegría contagiosa de Susana y le ofreció en prueba de lo que iba a ser su amor eterno: un anillo de compromiso. Fue hecho con oro proveniente de las minas de El Callao y a ella sólo se lo separaron de su anular, treinta y cinco años después, al momento de su muerte. Fiel a la promesa que le hiciera en la Iglesia de San Juan y que Rodolfo cumplió con verdadera devoción durante todos los años que la sobrevivió, quedó el compañero de ese anillo, luciendo su constancia anudado al recuerdo de la esposa ausente. En 1985 a la muerte de Rodolfo se reencontraron los aros en un estuche azul. Ya el tiempo y su continuado uso habían desvanecido las inscripciones internas de los apelativos cariñosos con el que solían llamarse mis padres y primitivos dueños: Susy y Rody, pero sabía que ese mismo tiempo no había podido borrar el legado de un amor que no conoció el olvido.
Ocasionalmente el estuche era abierto y la fantasía volaba en mi imaginación. Quizás los dos aros al estar juntos de nuevo recordaban las fatigas y los momentos de lucha. O por el contrario acunaban a alguno de los cinco hijos de la pareja. Tenerlos en las manos me hacía añorar la llegada de un amor que traspasara el límite del tiempo, que se prolongara por muchos años aunque la pareja se quedara fracturada por la muerte.
En 1990 llegó el momento de liberar a los aros de su encierro dentro del estuche azul. Esta vez las palabras amor y promesa fueron, no dichas como juramento en una Iglesia, sino escritas y firmadas ante los hombres. Han pasado casi 20 años y los aros aunque ahora tienen grabados sobre los desvanecidos nombres, dos nuevos: Ileana y Gustavo, aún me lucen como juncos plantados a la orilla de un río; cuyo caudal me trae el rumor de las palabras de amor que siempre escuché, limpias e inmensas, en boca de mis padres.

jueves, 17 de junio de 2010

LOS HEROES NO ANDAN SUELTOS


Viernes 4 de junio, 1 y 30 p.m. La amenaza de lluvia se había disipado y la humedad combinada con un suave calor invadían los espacios abiertos que rodean a la antigua Iglesia de La Santísima Trinidad, convertida por decreto del Presidente Guzmán Blanco en Panteón Nacional desde 1874, para albergar como en un santuario a héroes, próceres y los grandes de nuestra historia.
Un busto de Su Majestad Carlos III nos recuerda en un homenaje algo inusitado desde una de las tres plazas limítrofes, que fue el creador de la Capitanía General de Venezuela. Las raíces de nuestro pasado español en contraste con el orgullo de las glorias conquistadas por los insignes que descansan muy cerca.
Otra plaza más amplia, cual ágora arcaica, con sus gradas ahora vacías y decenas de astas sin banderas que ondeen, resguarda al cercano edificio de tres naves y una pequeña cúpula, pintado de un rosa muy pálido, con detalles en blanco gris.
Visto de frente nuestro Panteón dista mucho de ser monumental; sin embargo, el ánimo se inflama con el peso de la historia que allí se guarda. Es la certeza de que allí convertidos en polvo reposan 143 seres que de una u otra manera forjaron o construyeron nuestra historia. De de ellos sólo 54 eran civiles y para ser más específicos únicamente 3 mujeres.
Al encuentro de la amplia puerta, abierta a la promesa de inmortalidad, se asciende por 19 escalones de mármol gris, flanqueados por 4 pebeteros de mármol negro. Antes de entrar a la gran nave central ya se divisa al fondo el altar y monumento al huésped más ilustre: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, sobre quien se cierne el culto y veneración más omnipresente.
Para acceder a ese recinto casi sagrado basta con escribir el nombre y zona de procedencia en un gran libro que da cuenta, por el abultado número de visitantes, (más de 500 entre sábado y domingo) que los muertos y en este caso los héroes no se quedan solos y si tienen quien los visite.
Las pisadas no resuenan en las grandes losas de mármol pulido dispuestas en cuadros con formas geométricas y de varios colores; se vuelven cómplices del silencio de las figuras que adornan los 12 monumentos repartidos en simetría en cada una de las dos naves laterales. Se destacan dos al final de ellas como centinelas: A la derecha el cenotafio de Antonio José de Sucre y a la izquierda el grupo escultórico homenaje a Francisco de Miranda. En ambos los sarcófagos abiertos sólo guardan la esperanza de recuperar los restos de los próceres.
El Altar Mayor está iluminado por las 230 luces de la inmensa lámpara de cristal de Bacarat. La luz se expande por el techo cuadriculado en hojilla de oro y plata y lanza haces hasta la urna de bronce de más de 3500 Kg de peso dónde reposan los restos del llamado Padre de la Patria. La Justicia y la Libertad moldeadas en dos figuras fémeninas en mármol blanco nos representan los ideales del sueño inconcluso de Bolívar.
Las 17 pinturas adosadas al techo abovedado originales del pintor Tito Salas le dieron el pase para reposar él también en este sitio, al igual que en forma simbólica y harto discutida, lo hace el cacique Guaicaipuro.
El guía Jesús Barreto contó que se tejen historias sobre ruidos, pisadas y hasta alguna aparición, pero al contrario de lo planteado por Ana Teresa Torres en su libro “La historia de la Tribu “, de que “los héroes venezolanos no descansan en el Panteón Nacional, por el contrario andan sueltos. Saltan de sus lienzos y aterrizan en el asfalto, sortean los automóviles, se introducen en internet, protagonizan la prensa y la televisión”…..Los que aquí están, sea merecida o controversial su estadía en este recinto, acatan el horario restringido hasta las 4 pm para ser venerados o exhibirnos su grandeza; atrapados en la historia, con el sueño de los visionarios, convertidos en mitos.
A la salida a la derecha hay una tercera plaza, cercana al Edificio de la Biblioteca Nacional, presidida por el busto del poeta Omar Khayyan y dos niños juegan. El más grande persigue con insistencia en una batalla desigual al menor que viste camisa roja de preescolar, emulando quizás, a las tantas libradas por los próceres durmientes siglos atrás.