jueves, 26 de noviembre de 2009

Vida de retos


Aquiles Araque cumplía cada día un reto particular cuando se montaba en su moto: llegar al sitio encomendado en tiempo record. Al igual que un atleta que quiere mejorar su marca con la práctica diaria para obtener una victoria, la personal del vivaz joven era bajar los tiempos en una alocada carrera contra el tráfico, los huecos o pavimento irregular, el sol o la lluvia y cualquier obstáculo que se le pusiera adelante. No había semáforo que respetar, los fiscales de tránsito eran evadidos sin ningún remordimiento y como corona para tal comportamiento se ufanaba en que no tenía ni una sola boleta por causa de alguna de estas infracciones. El propio vivo criollo que no respeta las leyes y es más goza con ello.
Así se le oía hablar
—Hoy hice un recorrido de punta a punta, Petare a Caricuao y solo me tomó 10 minutos.
O esta otra
—Me comí 15 semáforos seguiditos. Los conté uno a uno y ni un choquecito.
Las hazañas de Aquiles le valieron el orgulloso remoquete de Flecha Veloz.
Hay que decir que en la empresa donde trabajaba todos contaban con que el orgullo de Flecha Veloz para llegar lo más rápido posible a un sitio, les solucionarían los problemas de entregas urgentes.
Confieso que yo misma me aproveché de esa debilidad de Aquiles Araque de coquetear con el suicidio, de jugar al Superman pero sin cambio de ropa y en moto.
Un día debía de entregar ineludiblemente unos documentos como parte de unas pruebas judiciales. Eran las 10y 30 AM del día señalado para el acto, yo me encontraba en mi oficina ubicada en Buena Vista (Petare) y todavía los benditos papeles no habían llegado a mis manos y lo que es peor estaban en lo más lejano de El Junquito. Estaba segura de que era imposible que Flecha Veloz fuera a buscarlos y me los llevara a la oficina, para a su vez, yo llevarlos a los Tribunales ubicados muy cercanos a La Casona, antes de las 11 AM.
Me equivocaba. Ese era un reto que él no podía dejar escapar. Aceptarlo, exprimir el tiempo, beber del cáliz del peligro hasta la última gota, sentir el vértigo de corretear entre buses, automovilistas agresivos, sortear a los fiscales motorizados que le podían dar caza; todo eso era lo que le daba el sabor a su vida , ( además de la suculenta gratificación prometida).

Nunca supe cómo lo hizo, pero ese día Flecha Veloz debió haberle puesto alas a su potente Suzuki Katana 380cc y adornados como estaban sus manubrios con flecos de colores, con el tubo de escape cromado, rines especiales y un sin fin de periquitos más, de seguro se convirtió en un Avis rara que voló cual papagayo en un día de viento.
La última vez que lo vi fue cuando estaba retirando su cheque de la liquidación de la empresa. Lo habían despedido porque en una loca carrera por la Cota Mil se le cayó el maletín donde estaban todas las facturas por cobrar. En medio del tráfico y el aguacero que caía, no pudo recuperar ninguna y los deudores felices y gracias.
Ayer me encontré con él después de más de quince años sin saber de su vida. Estaba sentado detrás de un escritorio. De momento no lo reconocí, fue él quien lo hizo y me llamó. Me le acerqué y vi como estaba trabajando en el sellado de un montón de planillas. A cada una de las hojas debía ponerle como cinco marcas con el pomposo nombre de República Bolivariana de Venezuela y el larguisimo Ministerio del Poder popular, etc, etc. La rapidez con la que estampaba el sello, la pericia con que lo mojaba en un colchón de tinta y volvía a poner el sello sobre las hojas, me causó risa. Le comenté en tono burlón

— ¿Estás rompiendo otro record con las planillas selladas?
Antes de que alcanzara a contestarme lo observé.
Lucía maltratado por la vida. El bigote a lo dandy de los 40, que antes tenía, se convirtió en uno grueso y poblado que le cubría todo el labio superior. Una cicatriz muy visible en el lado derecho de la frente me hizo suponer que en algún momento había perdido alguno de sus retos y además había ganado más de 20 Kg.
Muy serio me contestó:
—Pues sí. A esta hora ya llevo 150 planillas selladas, 20 más que ayer a la misma hora. Es lo único que me queda por hacer, porque mire –y se separó un poco del escritorio— ya no me quedan piernas para montarme en la moto. Ahora sólo soy Sello Veloz.