lunes, 5 de enero de 2009

Sonrisa de bienvenida


Al llegar al puerto de Cartagena, nos recibe la sonrisa amplia y amistosa de Berenice Benítez, BB. como le gusta que la llamen.
Había vivido toda su vida en las cercanías de la ciudad amurallada y ahora nos cuenta que lo hace “un poco más lejos”, allá por los lados de La Boquilla. No conoce del país nada más lo que le ha permitido su condición de madre de seis y abuela de cuatro, a los que ha ayudado a levantar con su oficio de vendedora ambulante y al decirlo sus ojos muy negros se llenan de sueños rotos.
Allí junto al gran barco de cruceros, del cual acabamos de descender, ella sueña, que podría irse en uno de ellos, aunque fuera de camarista. En su interior sabe que eso no pasa de ser una fantasía alimentada por los aires salobres y el calor de esta tierra, antiguo destino de piratas y del comercio de esclavos.
Está presta a indicarnos los mejores sitios turísticos e incluso a servirnos de guía, ella o alguno de sus hijos. Hay uno que tiene una Van y nos asegura que por mucho menos de lo que cobran las tours organizadas desde el barco, y en muy pocas horas nos dará un recorrido para conocer el castillo de San Felipe, el monumento a los zapatos viejos, el Convento de la Popa, incluido el paseo dentro de la ciudad vieja: la Cartagena de Indias que fue centro del mayor comercio en los años de la Colonia y que ahora viste una cara remozada por la industria del turismo.
Al son de sus palabras ya nos vemos montados en la moderna camioneta, recorriendo las calles empedradas, pasando por el Convento de Santa Clara, ahora convertido en uno de los más lujosos hoteles. Proseguir la visita, con una sucesión de asombro para ver los edificios de la Alcaldía, la Casa de la antigua Aduana y los balcones de San Juan Bautista, muy pegados una de los otros al gran muro de piedra que defendía a la ciudad de los ataques de los piratas.
Adentrarnos en el barrio judío o el Getsemaní, y formar parte de ese conglomerado de tiendas de todo tipo, regateando hasta el último peso cualquier precio que nos den.
Observar la enorme casa que ocupa más de una esquina que nos dicen es del “Gabo”, y a la que el escritor suele visitar muy a menudo y eso lo saben porque cuando él está allí, sus faroles exteriores se iluminan en las noches con un derroche de luz, y se llenan de mariposas amarillas.
Berenice, sueña con salir más allá de Boca Grande, ya se conoce cada centímetro de sus playas, adónde va cuando no hay barcos en el muelle turístico y extranjeros a quienes venderle sus frutas. Les ofrece a los veraneantes los collares que hace su nieta mayor, llamada Amaranta, en honor al colombiano Nobel.
Su piel morena, bruñida por años de sol, tiene el mismo brillo que la enorme figura de la autoría de Botero, que junto a otras están en la Plaza de San Pedro Claver, frente a la Iglesia del mismo nombre y rodeadas de pequeños restaurantes; que hacen de las tardes y noches cartageneras un bullicio de lenguas diversas, animadas con los sones de los músicos callejeros.
No nos cansamos de admirar como en cada esquina, en cada calle de balcones, uno más vistoso que el otro, se han recuperado las fachadas conservando su estilo original; restauradas sus enormes puertas de madera labrada y las entradas a los patios coloniales, la mayoría de ellos convertidos en lujosos restaurantes. Una labor que lleva años y que hoy da sus frutos, al ser esta ciudad una de la más visitadas por los turistas tanto nacionales como extranjeros y haber sido declarada patrimonio de la humanidad.
Por último visitar el moderno Centro de Convenciones, con su gran plaza al frente y dar una larga caminata hasta el restaurante Carbón de Palo, para degustar un buen pescado o lanzarnos a pedir la langosta, sin ver siquiera el lado derecho de la carta, con precios en dólares, rogando que nuestra tarjeta y su cupo todavía puedan aguantar.
Cartagena es como su gente. Todos abiertos y soñadores al igual que Berenice; serviciales con el turista y generosos en sonrisas y cordialidad. Todo lo demás tiene un precio. La Van resultó un éxito económico para su conductor: 11 pasajeros y un solo recorrido en menos de dos horas. Los dólares al multiplicarse a pesos, de manera convincente dieron para que la extensa familia de BB, nos despidiera con un “Vuelvan pronto”, salido desde el corazón.
Seguro que volveremos Berenice, Cartagena embruja, y desborda nuestra imaginación. Aquí está la prueba.