viernes, 23 de octubre de 2009

Buenos días tristeza




Buenos días, tristeza (fragmento)


" Dudo en llamar con el nombre bello y serio de tristeza, a este sentimiento desconocido cuya dulzura y cuyo dolor me tienen obsesionada. Es un sentimiento tan completo y egoísta que me llega a dar vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre honrosa. Conocía el arrepentimiento, el fastidio y hasta el remordimiento. La tristeza, no. Ahora siento algo que me envuelve, como una seda enervante y dulce, y que me separa de los demás”.

En 1954 una joven que se hacia llamar Francoise Sagan, aunque su verdadero apellido era Quoirez, publicaba Bonjour tristesse, una novela destinada a marcar época, tal como lo fue el movimiento cinematográfico que también recién comenzaba y que dio por llamarse la nouvelle vague (nueva ola).
Este titulo me vino, como un flash, a la memoria y al releer las primeras frases del libro, las cuales copio al inicio, a mí también me invadió un sentimiento que no supe describir, cuando lo asocié a las circunstancias y hechos que están pasando en nuestro país.
La semana pasada fue de despedidas, algunas de ellas definitivas. Un amigo fue asesinado sin motivo a sangre fría. No sólo me asaltó la tristeza por la pérdida de un hombre estimado, valioso y lo que ello significa para una familia que queda destruida. Es la certeza de que el hecho no pasará de ser un número más en el índice de crímenes violentos que quedan sin resolver y por ende sin que se haga justicia. Como tampoco la habrá para el hijo de la señora que me ayuda en mis labores de la casa y que fue muerto por presuntos policías a la puerta de su rancho; ciento cincuenta escaleras arriba del barrio La Charneca. Estaba en el lugar y hora equivocados o como piensan algunos era su destino, para llamar de alguna manera lo que no podemos o nos sentimos incapaces de cambiar.
La misma semana unos amigos con los cuales había compartido años de amistad, decidieron probar suerte afuera y cual Hernán Cortes, pero de manera inversa, quemaros las naves para no regresar y la razón más convincente fue: “Este no es el país que queremos para educar a nuestros hijos y nietos”. De ahora en adelante la comunicación con ellos será, quizás, sólo virtual o también los habré perdido.
La ilusión de tomar unos días de descanso aprovechando el feriado del lunes, se quedó congelada, como en una fotografía, después de que me llegaron las noticias de que los paseantes hacia las playas, estaban atrapados en una cola que parecía no tener fin. Desistí del viaje para poder disfrutar del racionamiento de agua obligado que me ha tocado en estos días.
Esta sucesión de hechos me dieron una visión panorámica de que a mi alrededor mi mundo se desmorona paso a paso y mi cabeza dando vueltas, sintiendo que un sentimiento extraño, mezcla de muchos me ha tomado y hecho su presa.
Es de desolación cuando paso a diario por el liceo cercano a mi casa y el muro que se derrumbó hace más de cuatro meses aún está parte en el suelo y parte recostado de un árbol, a quien tiene prisionero, como pretenden tener a la educación que se imparte cercana a él.
Es de rabia cuando por el tubo roto en la calle, la desidia hace que se pierda el agua potable desde hace dos semanas, mientras una urbanización completa sufre de racionamiento y por otra parte un poco más lejos hay un vecino inconsciente que lava su carro a manguera abierta.
Es de dolor que viene desde muy adentro cuando quien tiene el poder en sus manos sigue mintiendo y todavía hay quien le cree o quien piensa que lo está haciendo bien, y que lo que está mal, es porque no le llega sus manos. El Supremo no lo sabe.
¿Cómo llamar entonces a esta amalgama de sensaciones que me enfrentan a diario con la espantosa realidad?
No se darle un nombre cierto, pero lo termino asociando de igual manera al titulo de la novela de Adriano González León: País portátil.
Estamos perdiendo al país, a nuestra gente, a sus jóvenes talentos que huyen en busca del futuro, de reconocimientos que se basen sólo en sus habilidades y no en el color rojo de una servil camisa, que los transforman en testigos mudos de la destrucción. Estamos jugando al azar, con las cartas a favor, pero con un jugador tramposo, improvisado, disperso, que confisca nuestros ases y nunca nos dejará ganar.
Nos adentramos desde hace diez años en un túnel del que parece no hay escapatoria. Cada día, al igual que en la novela de González León, deseamos refundar al país, que deje de ser una balsa moviéndose al influjo de la corriente. Que se asiente, que eche pa`lante, que llegue al primer mundo. Pero las maletas siempre se extravían, se quedan perdidas en las sombras, en las manos de los truhanes.
No es fácil llegar. Para salir de este estado tenemos que de forma obligada buscar el contraste, mirar hacia la luz. Dejarnos bañar por las pocas cosas buenas que nos animan a no decaer. Volver la mirada hacia esa juventud que si acepta los retos y no teme batallar con las únicas armas del ayuno forzoso y las manos pintadas de blanco. Habrá que construir partiendo de nuestros laberintos y miedos.
Nombrar a este sentimiento o mezcla de ellos, con la palabra tristeza no es suficiente; no abarca siquiera esta impresión de pesimismo, de insatisfacción, de ganas de llorar, de tener la certeza que la ineficiencia e incapacidad para hallar soluciones está muy lejana.
Sin embargo, mientras no encuentre una mejor y mi país deje de ser portátil, tendré que usar todos los días la única que tengo, como frase de bienvenida a cada amanecer: Buenos días, tristeza.
Para romper el maleficio de esas palabras aquí escritas, de alguna manera deberé yo también entrar en la contienda; animar a que otros se sumen. Juntar miles de gotas para hacer un río libertario que se meta por las hendiduras de todos los desastres y desborde como savia renovadora, para que podamos escribir un nuevo destino y las palabras tristes queden holladas o se las lleve el viento.
Sólo así se podrá trocar la tristeza en alegría, la desolación en esperanza y ya podremos prescindir de buscar una nueva palabra.

(Foto de desidias.wordpress.com)