domingo, 23 de noviembre de 2008

La gran tranca.

Caracas nos tiene acostumbrados al tráfico diario. Es casi imposible que en un día normal de trabajo, en el cual tengamos que desplazarnos por la ciudad, no encontremos congestión en alguna de sus vías. Si no la hay en la autopista es para creer en los milagros. Pareciera que los vehículos se multiplicaran en determinadas horas y que todos, pero todos, tuvieran que ir al mismo sitio que nosotros.
El jueves 20, no fue la excepción, pero si tuvo un componente adicional que hizo que Caracas materialmente colapsara en todas sus arterias viales: ese día comenzó a llover desde muy temprano en la tarde.
Nunca imaginé que ese torrencial aguacero, parecido a muchos otros fuera a tener tan lamentables consecuencias, en especial para los habitantes del sureste, entre los que me cuento.
El hecho es que salí de mi oficina, muy cercana a la Plaza Venezuela, a las 6 y 30 p.m. y una hora después sólo había logrado avanzar dos cuadras hasta donde se encuentra el edificio Polar. Me encontraba literalmente atrapada y sin salida; rodeada de miles de conductores tan desesperados como yo y con el agua que no dejaba de caer con la misma fuerza de una catarata.
Como complemento del desastre se había formado una laguna en los alrededores de la fuente (ahora en interminable remodelación), que amenazaba con entrar dentro de mi carro.
La radio no me daba noticias de lo que estaba pasando debido a la consabida cadena presidencial, tan inoportuna como innecesaria. Así que el único contacto era a través del celular, desde el cual me llegó la casi orden de parte de una de mis hijas: devuélvete para tu oficina y quédate allí, que en la autopista Prados del Este hubo un derrumbe y no hay paso.
Tomar la decisión fue de inmediato, pero dar la vuelta subiendo por la Ave. Principal de Maripérez, junto a la Sinagoga; llegar al cruce con la Ave. Libertador, transitar tres cuadras y volver a entrar al estacionamiento de la oficina, ¡me tomó dos horas y media i.
Mi esposo, que venía desde La Guayra y ya llevaba tres horas de cola, atiende mi llamado y como estaba cercano a Plaza Venezuela, decide ir también hasta mi oficina. El plan estaba ya en camino: nos quedaríamos allí hasta que la ciudad retornara a la calma. Pero eso no sucedió (al menos esa noche).
Era hora de poner en marcha el plan B. Así que tras muchas llamadas telefónicas buscando posada, nos fuimos a un hotel cercano, en plena Avenida Libertador, de esos que llaman de paso, pero que a nosotros nos pareció el paraíso.
Una cama limpia, aire acondicionado y sin colas que sufrir, nos permitieron dormir hasta las 9 a.m. del día siguiente.
La gran tranca propicia e incentiva al reencuentro e intimidad y al descanso posterior. No caben dudas….

Dos bautizos y un nuevo reto.


En las últimas tres semanas he asistido a dos bautizos: Al del libro Indio desnudo de Antonio López Ortega y al de El Pasajero de Truman de Francisco Suniaga, ambos publicados por Random House Mondadori y como complemento además he emprendido un nuevo reto: Conectar a Caracas con la escritura literaria, a través de las enseñanzas del taller dictado por Armando Rojas Guardia.
Al bautizo del libro de relatos de López Ortega, efectuado en los predios del Centro Cultural Chacao el día 27 de octubre pasado, fui invitada por el propio autor; pero confieso sin ninguna pena que al del libro de Suniaga, celebrado el día 11 de noviembre, me coleé simple y llanamente en el patio del edificio Mene Grande, en los espacios de Econoinvest y para tal osadía ofrezco como única disculpa para ello, que venía de asistir a la segunda sesión de mi nuevo reto personal y como la presentación se estaba llevando a cabo con las palabras de Alberto Barrera Tyszka, no pude resistirme y me quedé asi a oírla, observar y brindar.
La introducción de la obra de Antonio López O. estuvo a cargo del mismo Barrera T, Milagros Socorro y de Inés Quintero. Un trío de altura que desde diferentes ángulos, además de ensalzar la obra bautizada y darnos su visión particular de ella desde una perspectiva de crítica literaria, anecdótica e histórica, nos invitaron a seguir siendo, como hasta ahora, unos asiduos lectores de lo que publica López Ortega, quien goza de virtudes suficientes para ser uno de los narradores más vendidos dentro de la narrativa venezolana.
Así que aquí están en mi biblioteca, ya formando parte de una fila en espera, dos excelentes libros que junto a los papeles de trabajo que nos ha facilitado Armando Rojas Guardia, llenarán mis momentos robados al trabajo y de seguro me darán el inmenso placer tanto de la lectura, como de transitar de nuevo por la aventura de la escritura.
Quede la foto que acompaña esta reseña como la muestra de que la alternabilidad profesional si se puede acompañar con amplias sonrisas. Allí el autor y mi hija, me hacen un marco de sabiduría y afecto que me enorgullece. Desde este espacio les deseo mucho éxito para los dos autores, y que sus obras les den muchas y merecidas satisfacciones

viernes, 24 de octubre de 2008

El final de la búsqueda

Hacía tiempo que la buscaba. Se había convertido en casi una obsesión. Muchas veces la vi en mis sueños y me la imaginaba real, cercana , al alcance de mis manos. Que ellas pudieran hurgar dentro, encontrar en sus pliegues muchos secretos y hacerlos míos. No esperaba encontrarla en este viaje a México. Total, ya en otros viajes mi búsqueda no había tenido buenos resultados. Unas veces creía haberla hallado, pero al examinarla con detenimiento, me encontraba que esa tampoco era. No se amoldaba a lo que yo quería. Otras veces, lo confieso, la vi tan inaccesible que ni siquiera me atreví a acercarme lo suficiente. Acaso me alejaba así de la tentación, de lo que ello pudiera costarme más tarde y arrepentirme cuando tuviera que pagar un alto precio por el pecado de tenerla.
Sin embargo, la vida me tenía reservada una agradable sorpresa.
Paseaba por Oaxaca (México) y al volver mi cabeza, con la distracción que me imponían la vista de los balcones enrejados; portones grandes que me acercaban a patios amplios con salas llenas de habitaciones que guardaban muchos secretos del pasado colonial de la ciudad; me llegó el asombro. Allí estaba ella, podría decir que hasta me miraba detrás del cristal que la guardaba y protegía e invitaba a que traspasara la puerta que nos separaba y la hiciera mía. Parece fácil decirlo: hacerla mía.! Si llevaba meses tratando de encontrar una como ella¡
Pero para ello tenía que comprobar que en realidad era lo que yo esperaba y ansiaba que fuera.
Entré con decisión, no sólo de mis pasos firmes, sino con la actitud de que si al examinarla de cerca resultaba en verdad ser la propia y adecuada, no lo pensaría costara lo que me costara.
Me acerqué, la tomé entre mis manos, sentí la suavidad de su piel. Tenía el color negro que le daba el carácter de lo duradero. Vi su tamaño y pensé que era el apropiado a mi estatura y talla. Calculé su peso. Lucía liviana, manejable, pero a la vez práctica. Algo así como ni mucho ni poco, sólo lo suficiente. Podrían quedar satisfechas todas mis necesidades. Para tomar mi decisión definitiva hice algo más: Metí mis manos en cada una de sus partes e imaginé como podría llenarlas. Tendría que poder contener todas mis cosas. Nadie es capaz de imaginar nunca todo lo que solemos necesitar tener cerca, guardados como si fueran tesoros. Algo así como una lima de uñas o una pinza para las cejas, o un lápiz labial. A veces esas menudencias son hasta más importantes que el dinero o los papeles de identificación.
Al final hice la temida pregunta con la esperanza de que la respuesta me convenciera de que sí, de que ella era en efecto la que buscaba.
¿ Cuanto cuesta?
¡Que alegría¡ El precio era el adecuado y se ajustaba al cupo de Cadivi que aún me quedaba en mi tarjeta. No lo pensé más; pagué con la sonrisa más grande que pude darle a la vendedora y tomé mi bellísima cartera de cuero negro, con tres compartimentos y su forro interior también de piel; con cierre y remaches bien terminados y salí al mundo.
Un cielo azul, una calle adoquinada y la vista de la plaza del zócalo llena de gente que reía, escuchaba a los músicos callejeros y tomaba tequila o cervezas, me dijeron que el día era perfecto.

Mi búsqueda por la cartera soñada había terminado. ¡Viva México¡

martes, 2 de septiembre de 2008

Ironías de la vida

HOY

Hoy Marcelo está frente a su puerta. Si fuera un antes, cuando era libre y ágil, al verla habría ido a su encuentro; sorbería de su boca de almendras todas las respuestas, y tomaría cada mariposa de su pelo para volar juntos hasta los panales a robar la miel para su sonrisa.
Ahora, ella se acerca a su puerta, donde él la espera sentado en su silla de ruedas, gacha la cabeza sin atreverse a verla. Sin saber a dónde va.
Ella pasa a su lado, sin notar a quien la espera y llega hasta su puerta.
Si las calles le hablaran, él sabría que la puerta de ella, es su misma puerta.


COSTUMBRE

Mrs. Simply, a pesar de sus 80 años, sacaba a su perro a pasear todos los días en la mañana y a la misma hora.
El sábado llovió desde la mañana hasta la noche. El domingo, cómo era habitual, la Conserje le puso la prensa en su reja y allí se quedó durante todo el lunes. Al cuarto día su vecino llamó a la policía. Los ladridos del perro y el olor eran insoportables.

FIEL AMIGO

Afuera de la casa, un perro escarbaba la tierra y escondía un hueso.
El campesino descalzo dormía su siesta en el mecedor; el vaivén no pudo ocultar como un tintineo de reptil abrió un espacio de muerte en el silencio. Se arrastró libre por las baldosas rojas del corredor, hasta enrollar opresor los estáticos pies e hincarle su veneno.
El ladrido del fiel amigo, al igual que un trueno en tempestad, llegó tarde para contener al cascabel.
Mañana no habrá siesta, porqué el sueño se hizo eterno para dejar quieto el balancín.

TRAVESURA

La mirada candorosa de la niña seguía atenta el ir de la fila de hormigas hasta el lamido caramelo. Una lluvia de helado dispersó en círculos a las caminantes negras y antes de que el goloso ejército volviera a formarse, un río de Coca Cola las volvió improvisadas surfistas. Disuelto el desfile, Victoria corrió feliz a ver su programa favorito: Animal Planet.

SABOR A CARIBE
Cuándo Casto Quiñones, nacido en Cuba y traído recién nacido a estas tierras, cumplió quince años, decidió que era hora de demostrarle a todas las mujeres que conociera, que lo de su nombre había sido una equivocación de su mamá.
Pasaron quince años más y la única que no se le rindió tenía por nombre Pasionaria Sánchez. Ella no sólo lo despreció, sino que se hizo monja y llegó a ser la Madre Superiora del Convento de las hermanas de Santa Clara.
Con casi cuarenta años encima y cansado de su vida disipada , Casto sintió el llamado de Dios y se convirtió en un devoto sacerdote que fue nombrado Capellán en el mismo Convento de Santa Clara.
Al mes de esa designación, Capellán y Madre Superiora fueron expulsados de sus órdenes religiosas , por cometer actos lascivos dentro del confesionario.

sábado, 23 de agosto de 2008

Un día más aferrado a la esperanza


Día jueves siete de enero.
6.30 a.m.

Cosme Casares no esperó el segundo toque del despertador. No era necesario. Durante las dos últimas horas no había podido dormir, así que al oír el timbre fue más que una alerta, un alivio. Se levantó y al igual que siete meses atrás, y siete meses más y durante los dos últimos años se dijo a sí mismo que las cosas iban a mejorar. Que hoy sería el día, ese que ha venido esperando durante largo tiempo.

7.45 a.m
Recogió los últimos papeles de su mesa de trabajo, los metió en su maletín; esa especie de caja de Pandora que contenía dentro del cuero gastado, su última esperanza en forma de proyectos y planes para la conservación ambiental.

8 a.m.
La estación del metro todavía estaba congestionada. Se formaban grupos de individuos diversos; todos en apariencia con un propósito definido: ir al trabajo, a clases, quizás a una reunión de negocios o a realizar algún trámite. Los observó al igual que muchas veces. Podía oír a ratos, partes no entendibles del todo de sus conversaciones.

Entonces pana, y la jeba que ¿Cayó o todavía se te hace la dura?-decía un adolescente con la cara llena de acné.


Si es que el desgraciado de mi jefe piensa que-—comentaba la chica de falda ajustada y senos que se peleaban en la estrecha camisa.


Yo te lo digo, no es por nada si no para que tengas presente que....—-aconsejaba la señora de moño canoso y varices como carreteras azules.

Un mundo a su alrededor que le era ajeno. Si tan sólo pudiera tender un hilo aunque fuera delgado y conectar su realidad con éste que le negaba su regreso a todo lo que había tenido: Una casa, su esposa, sus hijos.
A la salida del metro el sol le calentó su incipiente calva y le dio de lleno en la cara, donde pequeñas arrugas empezaban a marcar su piel morena. Respiró fuerte y el recuerdo de las palabras de la Sra. Consuelo, la Secretaria del Ministro, le dio ánimo para continuar su caminata.

Sr. Cosme, vengase el próximo jueves. El miércoles hay reunión de Directores con el Ministro y su proyecto está en la Agenda. De seguro habrá buenas noticias.

8.45 a.m.

— Buenos días Sr. ¿Tiene cita?
La pregunta ya le suena conocida. No hay manera de hablar con la Sra. Consuelo, si no se tiene cita.

La Sra. Consuelo no ha llegado todavía. Si la va esperar siéntese allí, debe estar al llegar. La voz sonaba mecánica, como salida de un teatro de marionetas.
Cosme se sentó al igual que muchas veces en el asiento que da frente al enorme ventanal, lejos del resto de los otros que hacían antesala. No quería empezar ninguna conversación y además así al menos podía, mientras durara la espera, contemplar la ciudad con lo que de ella quedaba de los techos rojos; sustituidos ahora por edificios que lucían ausentes, en comparación con la ajetreada vida del entorno. A lo lejos, la silueta del Ávila imponente le estremeció y llenó de energía. Las nubes que la envolvían no le hacían sombra, sino alumbrar la confianza de que las mismas, al clarear el día, le servirán de corona.
Observó las revistas colocadas al descuido sobre la mesa y pensó: las mismas desde hace mucho tiempo. No tenía ninguna esperanza de que hubiera algo nuevo que leer y así lo apartaran de ese entorno. Eran las mismas ajadas y releídas noticias. La próxima vez vendría con un libro o el periódico. No, pensó, hoy será el día. No habrá una próxima vez para esta interminable espera.

Dos años atrás, era el respetado Director de Educación Ambiental y Ecológica para la Conservación de los recursos naturales renovables y no renovables. Ese largo titulo le garantizaba la estabilidad económica, la seguridad de su familia y la permanencia con él de su mujer e hijos.
Con cada día vivido desde que lo obligaron a renunciar a su cargo, ha retado a su voluntad. Ha sido una prueba para su constancia. Ordenar sus ideas, convertirlas en proyectos, plasmarlas en el papel y hacer largas antesalas en oficinas atestadas de gente qué como él, busca, sueña. Cosme Casares tiene la esperanza puesta en que alguno de los proyectos que ha presentado sea aprobado, a pesar de esa burocracia, de la cual él también en algún momento formó parte.

10.45. a.m

Una mujer, bastante joven todavía, entra a la oficina; habla con la recepcionista y después toma el asiento vacío junto a él. El aroma de su perfume lo envuelve aún antes de que ella se siente. Cruza sus piernas varias veces, de uno a otro lado, hasta encontrar acomodo en el sofá algo hundido por el constante uso.

—-¿Tiene mucho rato esperando? Se dirige a él con toda confianza, como si esperara una respuesta, pero no es así. Continúa hablando, ahora con la voz un poco más baja.

Esta es la segunda vez que vengo esta semana y la verdad es que ya me estoy cansando. Tanto esperar, para que al final las cosas no caminen en el sentido que uno quiere. Figúrese Ud. que yo soy Arquitecta y tenemos en la Compañía en la cual trabajo, un proyecto casi aprobado desde hace dos meses, pero no terminan de dar la orden para el pago del adelanto. Ya ésta es la última diligencia que vamos a hacer, sino renunciaremos al proyecto. Así no se puede trabajar. Es como un irrespeto para el tiempo y el trabajo de uno. Somos profesionales y nos tratan casi como pedigüeños. Esas son las cosas de este país, tienen las oficinas llenas de “amiguitos” y dejan de lado a los expertos o técnicos competentes, sólo porque no son de su partido.

— ¿Y usted? Cuénteme que lo trae por aquí.

No tuvo tiempo para contestarle. Cosme agradeció que en ese momento la recepcionista le hiciera un gesto para llamarlo con un ademán.

Señor. Acérquese por favor.

Disculpe pero la Sra. Consuelo no va a venir hoy. Yo no sabía que tomó sus vacaciones desde ayer, porqué no vine. Era el acto del colegio de mi niño y no me lo podía perder. No sé quién más puede recibirlo; ahora la única que está es la Directora General, pero ella sólo recibe los martes, previa cita. Si quiere lo anoto para una cita. Creo que debe tener cupo para dentro de quince días más o menos. Déjeme ver.....Sí, efectivamente el martes 26 a las nueve de la mañana hay un cupo. ¿Lo anoto Señor? ¿Cuál me dijo es su nombre?

Cosme Casares y sí por favor anóteme. Aquí estaré. Hasta luego Srta. Gracias.

11.00 a.m
Cosme piensa anudando una nueva esperanza a su cadena de fracasos.
Bueno, hoy tampoco fue el día. No se dio lo que esperaba, pero pensándolo bien, tampoco es que me lo han negado. Simplemente no pude hablar con la persona que tenía la información correcta, sobre como andaba mi caso. Sin embargo ahora que tengo cita con la Directora General, de seguro ella estará mejor informada. Cuando yo era Director estaba enterado de todo lo relativo al despacho así que...esperaré a ver que pasa el martes 28. Total no falta tanto de todas maneras.
Siguió caminando, era un lindo día. El cielo parecía querer estrenar todos los colores.
Al pasar se topa con vendedor ambulante y recuerda que no ha desayunado; sólo un café y además recalentado.
Por favor me das un perro caliente. —Si, también le pones mostaza y bastante mayonesa. Con todo, púes.

lunes, 18 de agosto de 2008

El día que casi conocí a Vargas Llosa


Desde que supe que el laureado Mario Vargas Llosa vendría al estreno en Caracas de la obra de su autoría AL PIE DEL TÁMESIS, me propuse ir. Así que apenas salieron a la venta las entradas, ya tenía en mi poder las dos que necesitaba para no perderme de ese acontecimiento.
El sábado 16 fue la fecha programada y a las 9 p.m. ya estaba en los espacios del Trasnocho, en compañía de mi esposo, a la espera de que se apareciera el autor. Tenía la esperanza de tomarle una foto y si la suerte me acompañaba, que me diera hasta un autógrafo en la primera edición de La tía Julia y el escribidor. Confieso que con este libro me enamoré, allá por los lejanos años de 1.997, de la prosa del peruano. Pero no hubo tal suerte. El escritor estuvo cercano, pero me fue imposible abordarlo. Vargas Llosa dio con anterioridad a su asistencia a la obra una larga conferencia de prensa, ( a la cual no tuve acceso), en la cual expresó opiniones, que viniendo de él no podían ser sino súper interesantes. Así dejó claro que “Los pueblos se equivocan y lo pagan carísimo”. Eso lo sabemos bien los moradores de esta Tierra de gracia, que no sólo lo pagamos tan caro como la robolución nos lo ha impuesto, sino que vemos bien lejano el día en que el precio por ese error se deje de pagar.
También dejó claro de que “El mejor sistema que puede tener un país, con todas sus imperfecciones, es la democracia”. Ojala esta sentencia sea bien entendida por quienes nos gobiernan con el autoritarismo, consono con una dictadura y no con el régimen que democráticamente quisimos elegir, pero que ahora se nos falsea con la inclusión de 26 leyes, que ya fueron rechazadas y así se decidió por amplia mayoría.
En relación al montaje de su obra, comenzó por celebrar la originalidad de la puesta en escena y felicitar a los actores por su maravilloso desempeño.
Fue un verdadero disfrute compartir a sólo dos filas de distancia con el autor, la representación en la cual se lucieron Carlota Sosa e Iván Tamayo. Lamenté eso sí, no haber leído la obra original para apreciar mejor el trabajo del director Héctor Manrique y la forma como abordó el reto del montaje escénico.
Para darle mayor brillo: la sala estaba llena y la asistencia puede calificarse como de la plana mayor de las letras, política y gente de teatro. Presentes entre otros Isaac Chocrón, Manuel Caballero, Ibsen Martínez, Rafael Cadenas, Teodoro Petkoff, el embajador de USA, el ex Ministro de la Inteligencia y por supuesto los infaltables Tania Sarabia, Javier Vidal, Carolina Perpetuo, Rafael Romero y una irreconocible Amanda Gutiérrez, quien dejó atrás la figura que
exhibía en la telenovela La Dueña, y ahora más bien parece la inquilina de una pensión de por los lados de Santa Teresa.
La noche para ver y dejarse ver. Como en los buenos tiempos del teatro venezolano. ¡Bravo¡

lunes, 11 de agosto de 2008

Vuelo 740


Me esperaban más de nueve horas de vuelo para regresar desde Lisboa a Caracas. La larga fila me hizo sospechar que el vuelo estaba lleno o en el peor de los casos sobre vendido y amenazaba con arruinar el grato sabor de mi estadía en la propiedad de mis abuelos, muy cercana a Estoril. Era época de regreso vacacional y las hordas de portugueses y turistas de muchas partes colmaban el aeropuerto de Portela de Sacavem.
Al llegar ante la taquilla para la entrega del boleto, pasaporte y mi maleta, tuve la primera y esta vez agradable sorpresa, cuando el joven que atendía después de mirar las muchas hojas del pasaporte llenas de entradas y salidas, de comprobar que viajaba sola, decidiera cambiarme a primera clase. El sólo pensar que recibiría un trato algo más especial (sin haberlo pagado), durante el largo vuelo me hizo olvidar la prolongada espera y sonreír.
Ya con mi bording pass en la mano, con su sello especial de Primera clase, me fui al kiosco cercano a comprar una revista antes de pasar la aduana. Allí me encontré a una pareja venezolana y entablamos una pequeña charla. Estaban de regreso de su viaje aniversario de cincuenta años de casados. No podía aún sospechar que el hombre setentón, a quien la dama le decía con cariño "viejito", y que lucía unas profundas ojeras azules, me daría la segunda sorpresa. Ya dentro del avión, después de un embarque demorado por tres horas, resultaron ser mis vecinos sentados al otro lado del pasillo.
El vuelo se desarrollaba con normalidad, el brindis con champagne, tradicional obsequio a los de primera clase, me animó a emprender una fluida conversación con mi más inmediato compañero de asiento: un afamado cardiólogo, quien regresaba de un Congreso celebrado en Lisboa. No imaginé en ese momento que oportuna podía ser su presencia.
Después de terminada la cena y antes de apagar las luces para pasar la película “Muerte en Venecia”, me dirigía al baño cuando un grito sostenido, pero en tono muy bajo, me obligó a volverme hacia el asiento de la pareja vecina. La señora esposa de “viejito”, le tomaba la cara y le decía: "Que te pasa, despierta, háblame”.
Me acerqué y vi como todo él estaba completamente azul violáceo. Sus párpados parecían contener dos balones, de lo brotados que estaban. Por la boca entreabierta una saliva viscosa corría y ya manchaba su bien cortada camisa. La esposa a punto de un colapso ya amenazaba con pedir que detuvieran el vuelo, como si se pudiera bajar del avión y tomar el próximo que pasara.
Lo que siguió después fue una completa confusión. Al quedar sin respuesta las preguntas hechas a su”viejito”, la señora comienza a sospechar lo peor. Sus gritos se hacen más fuertes; desencadenan en sollozos, golpes al pecho y ruegos a Dios porque no fuera cierto todo lo terrible que ella pensaba había pasado.
Como buen discípulo de Hipócrates el cardiólogo se levanta y toma el control de la situación. Se acerca, aparta a la señora y con un estetoscopio, que sacó no sé de donde (me imagino que del maletín Louis Vuitton a su lado), lo ausculta y da el terrible, pero previsto diagnóstico: El pasajero del asiento 4B había muerto.
Con seguridad, como alguien a quien la muerte saluda a diario, el médico cubre el rostro de “viejito” con la cobija que lleva las iniciales de la aerolínea y da unas palabras de consuelo, a la ahora viuda.
Al rato sentimos un giro de vuelta del avión y media hora más tarde nos encontramos aterrizando en el aeropuerto de Saö Miguel en Las Azores. Nuestro vuelo 740 continuaría muy entrada la madrugada hacia Caracas, con dos pasajeros menos y la certeza que la vida es un vuelo ligero del que no sabemos a ciencia cierta cuál es su puerto de llegada.

viernes, 8 de agosto de 2008

Juramento


Si quería llegar a tiempo para mi cita, debía tomar el metro hasta Capitolio, antes de las once. El tren llegó abarrotado de todo tipo de gente. No creía poder conseguir asiento y mucho menos alguien amable, para cederme el suyo.
La suerte me acompañó. Vi uno libre y me lancé a ocuparlo, como jugador para llegar a tercera. A mi lado una señora cargada de paquetes, insistía en quitarme parte de mi puesto. Me volví y la miré con toda la fuerza arrasadora de un huracán entrando a las costas de una isla caribeña y puse fin a la invasión con un disimulado codazo. Se bajó dos estaciones más adelante, no sin antes pasearme su trasero como bandera en desfile, por toda mi cara.
Al quedar libre el asiento, se produjo un forcejeo entre un joven escolar con camisa beis y una aspirante a desnudista, así de poca tela lucía en la blusa y la falda. Se resolvió a favor de la chica. Al sentarse un olor a pescado de tres días, se me pegó de las fosas nasales.
La siguiente estación: Plaza Venezuela, parecía el infierno en un día libre. Toda la gente pugnaba por salir, sin dejar entrar a los otros. Las líneas amarillas, puestas para imponer el orden, sólo servían de guía al descalabro. Los gritos de: ¡Déjenme salir ¡ junto con los pisotones, insultos en media y alta voz, daban la imagen de un ejército en desbandada.
Al llegar a Capitolio, ya tenía la decisión tatuada como un juramento: No volvería a tomar el metro. La próxima vez me saldría taxi.

martes, 5 de agosto de 2008

CON CRUZ Y SOTANA

A las seis de la tarde, el tráfico por la autopista hacia el aeropuerto lucía congestionado como siempre a esa hora. Andréu se sintió preocupado, el vuelo en el cual venía su mamá estaba supuesto a llegar dentro de media hora y creía no estar a tiempo para recibirla.
Al fin llegó. Estaba agitado. Al entrar al inmenso pasillo, la pantalla electrónica le devolvió la calma. El vuelo 940, procedente de Lisboa, llegaría demorado en tres horas.
Ahora el tiempo le pareció demasiado largo para la espera y muy corto para ir aunque fuera hasta Caraballeda a descansar en el apartamento. Decidió buscar una revista o un libro, y sentarse en cualquier café de la zona.
Mientras caminaba en busca de la librería, los pisos policromados, flanqueados por puertas con acceso restringido sólo para los viajeros, se le venían encima. Esa profusión de rayas de diferentes colores, colocados en franjas con simétrico orden le produjo mareo.
Entró a la tienda que hacía de Kiosco de chucherías, venta de artesanía, revistas e improvisada librería. Para pasar el tiempo, se puso a hojear algunas de deporte. Luego tomó del único anaquel un libro, cuyo título le llamó la atención: El crimen del Padre Amaro, de J.M Eca de Queiros.
De pronto un ligero toque en la espalda le hace voltear la cara, al tiempo que le dicen:
— ¿Andréu, eres tú? Amigo, casi veinte años sin verte, ni saber de ti.
La figura que hablaba vestía una sotana negra, una cruz al cuello y amarrada a la cintura una cinta morada. Tenía unos gruesos lentes y lucía un bigote poblado. Al primer momento Andréu no reconoció de quien se trataba y lo demostró con la extrañeza en la mirada.
—Soy yo, Benito Salcedo. ¿No me digas que no te acuerdas de mí?
—Disculpa pero vestido así, no tenía ni idea de que...
La frase la interrumpe la entrada de tres guardias acompañados de un hombre con cara de mono enjaulado que viste una chaqueta negra y quien toma del brazo al recién saludado cura y le dice:
—Acompáñenos. Necesitamos hacer la revisión antidroga de usted y su equipaje. Y dirigiéndose a Gomes— UD, venga también.

Parte II. Reportaje

Trasladarse al aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía exige que no sólo se tomen las previsiones necesarias y concernientes al viaje, sino que además se estipule con antelación el suficiente tiempo, si de tomar un vuelo se trata. Hay que contar con que a las largas colas de inmigración, ahora se ha agregado la exhaustiva revisión del equipaje en busca de materiales explosivos o drogas.
Andréu Gomes, un comerciante de origen portugués, vio que su destino se enlazaba a una circunstancia que ni se imaginó, cuando llegó con más de tres horas de adelanto a esperar a su madre, quien debía llegar en el vuelo 940, procedente de Lisboa.
No estaba previsto para Andréu el encontrarse con un antiguo compañero de estudios que hacía más de veinte años que no veía y mucho menos que quien fuera su amigo en el Liceo J.A Ramos Sucre de Cantaura, y hasta había compartido con él la primera novia de juventud, se le presentara simulando ser un sacerdote.
Largas horas estuvo retenido Gomes, a fin de que diera las inexplicables razones por las cuales conversaba con la persona que resultó ser una mula.
La madre de Gomes también fue interrogada a su llegada, lo que le produjo una fuerte crisis nerviosa, por la cual casi termina en el Hospital.
La situación quedó resuelta pasadas las diez de la noche, con la confesión del ciudadano Benito Salcedo, venezolano, de 35 años de edad, y natural de la población El Tigre, Estado Anzoátegui. El citado vistiendo una sotana y una cruz que colgaba de su cuello, en efecto portaba más de sesenta dediles de cocaína en su estómago, listos para ser llevados a Ámsterdam. En el interrogatorio se aclaró que Andréu Gomes, no tenía nada que ver en el asunto.
El detenido Salcedo fue puesto a la orden de los Tribunales, no sin antes practicarle un lavado estomacal en el hospital de Pariata. En lo que va de año, éste es el quinto caso en el cual falsos sacerdotes o monjas son detenidos portando droga. El último y más sonado fue el de una ciudadana española que pretendía trasladar, cosidas a un doble ruedo del hábito, cerca de dos kilos de droga de la más alta pureza.

HE VUELTO

Ha pasado el tiempo de la reflexión y de poner en orden una cantidad de relatos sueltos que van a servir para el proyecto de mi futuro libro de cuentos. He trabajado durante mi ausencia en ello con dedicación y con la esperanza de que para el día 4 de octubre de este año, ya estén listos ( al menos para su última y definitiva revisión). Comienzo ahora a tratar de incluir en el blog, los cuentos que no irán para el libro, por la única razón que se apartan del tema que he escogido como concepto general para mis historias. En esta entrega incluyo una noticia bajo dos perspectivas diferentes: como cuento y como reportaje. Aquí las dejo para su atención y espero no alejarme por tanto tiempo de este rincón de catarsis y deleite propio.

martes, 24 de junio de 2008

¿Qué hacer contigo?























































































¿Qué hacer contigo? Durante estos meses hemos mantenido una estrecha relación, si bien es cierto que no ha sido todo lo consecuente que yo hubiese querido, pero tienes que entender que he tenido otras muchas cosas que hacer.
Aquí estoy compartiendo contigo un espacio. Diciéndote de mis experiencias a veces intimistas, otras de frustraciones o expectativas y no me siento que ellas me puedan conectar más contigo, que con cualquiera de los que pudieran leer esto y cuyos rostros no conozco, o no me son familiares. Al final son historias mías y de nadie más.
Como abogada estoy acostumbrada a ser depositaria de secretos, a oír diferentes historias, tratando de descubrir un poco de verdad en cada una de ellas y de adecuarlas a lo que se espera se enmarque dentro de la ley.
Te pregunto ¿Tú qué has hecho por mi?
Estoy tratando de justificar tu existencia en mi vida. Quiero encontrar suficientes razones por las cuales debo mantenerte a mi lado, alimentándote con mis cuentos o mis historias. Así que te pido un poco de ayuda. Vamos a hacer estos recuentos juntos, desde el comienzo.
Cuando me decidí a compartir contigo mis “cosas”, la ilusión fue muy fuerte. Pensé que podría estar contigo más tiempo, para llevar a la escritura tantas experiencias ajenas recogidas en más de 40 años de ejercicio, o relatar todo lo visto en los diferentes sitios visitados, con costumbres disímiles, a veces chocantes a nuestra cultura. Así, el hombre que feliz e impúdico estaba desnudo a las puertas de su casa en Nueva Delhi, o la pareja de homosexuales que tiernamente se besaban en las calles de San Francisco, o aquel japonés a la entrada del Metro en Tokio, que empujaba con una T de madera larga a la gente para que cupiera en los vagones, pudieran ser parte de esos relatos que quería tuvieras contigo, formaran parte de ti, tanto como de mí.
Pero a veces siento que se me hace difícil seguir contigo. Quiero darte unas largas vacaciones. Así, aunque tú te encontrarás con un espacio vacío, yo encontraré muchas hojas que llenar en otros proyectos. ¿Sabes qué? Tengo un proyecto en mente y para su ejecución voy a necesitar de todas mis energías y de todo mi tiempo.
En este mismo momento, vienen a mi mente imágenes, voces, todas ellas me llevan a otro lado. A escribir historias para ser leídas después, no en ese espacio tuyo. Las quiero reservar para mi proyecto.
Lo siento pero una voz me llama. Sigo en nebulosa, oyendo voces. Ahora quien habla tiene la voz de mi abuela, cuando mandaba a matar una gallina del corral para hacer las hallacas, tal como te lo conté una vez y mi memoria me trae un rostro y descubro en él que se parece a Elsie, la señora que conocí un día en el consultorio médico y sin mucho preámbulo me contó su historia de culpa y redención. Una frase que leo y se dispara la imaginación.
Oigo de nuevo al Profesor Israel Centeno cuando nos dijo, en su clase de inicio, “el oficio de escritor hay que aprenderlo escribiendo, tachando”.- Y me digo: Si a eso me quiero dedicar, elige el tiempo. No lo botes. Lo siento blog, pero pienso y he decidido que escriboamimanera.blogspot.com, va a tener que esperar. Ahora estoy en revisión interna. No se cuanto tiempo me va a tomar. Ten paciencia. Como Churchill y (después plagiado por Rómulo Betancourt), te digo: “I will come back”.