sábado, 3 de enero de 2009

DÍAS DE ABANDONO


Las vacaciones son días de abandono, de dejar la rutina atrás, los compromisos laborales a un lado y dedicarnos al ocio. A hacer ese “non far niente” que tanto nos gusta: levantarnos tarde, cobijarnos hasta que el cuerpo nos pida darnos un baño reconfortante con muchas sales. Estar en pijama sin importar que hora es y no sentirnos mal por ello.
Junto a este panorama, está la otra opción: salir de viaje y adentrarnos en una espiral de cosas por hacer, de no querer perder el tiempo y tratar de aprovechar al máximo los días en divertirnos, pasear, curiosear por las tiendas, buscar lugares nuevos.
Yo, en forma planificada, egoísta y sin ningún espíritu aventurero, escogí irme de vacaciones con mi cónyuge y hacer del descanso una renovación, no sólo por mis 18 años de vida matrimonial, sino porque la fechas navideñas coinciden con mi cumpleaños y desde hace ya muchos años he decidido celebrarlos, ( o más bien pasarlos por alto) de ser posible, fuera del país. Nada de ceremonias familiares con torta, velitas y el cántico de Ay,.. que noche…tan preciosa…, con la versión cambiada de la luna oxidada, la noche haciendo pipi y los pañales, etc., etc.
Esta vez el destino elegido fue un crucero por el Caribe, que partía desde el puerto de Colón en Panamá y que nos llevaría en un viaje de siete días por Cartagena, Santa Martha y las archiconocidas islas de Aruba, Curazao y Bonaire.
El trayecto tenía una ventaja que para nuestros deseos de hacer de esta última semana del año, unos DIAS DE ABANDONO, estaba mandado a hacer. Esa ventaja era que ya habíamos visitado con anterioridad, todos los puertos de destino, así que al llegar a ellos no tendríamos la presión de ir a buscar lo que no se nos había perdido, sino que de forma relajada, podíamos optar por quedarnos en el barco o bajar a tierra. Había muchas alternativas que aprovechar.
Disfrutar de los buenos precios en los mall de Cartagena, o sentarnos en tierra en un café a conversar con los nativos mal del gobierno, cuando así nos preguntaban por “el innombrable” o por el contrario irnos de playa, a llevar sol cual lagartijas, pero con protector No. 60, para cuidarnos de los rayos cancerosos o comer mariscos a la orilla de las limpias aguas de las playas del Rodadero en Santa Martha, oyendo el acento costeño al que los colombianos ya nos tienen acostumbrados de tanto convivir con ellos y de paso darnos un masaje con cualquiera de las muchas masajistas que por allí pululan, dispuestas a “abrirnos los chacras”, con sus expertas manos.
En Aruba podíamos seguir asombrándonos del azul turquesa de su mar y de cómo los turistas siguen buscando ese paraíso y en cambio no vienen en ese mismo número a nuestras playas, tan bellas o más que aquellas. Contemplar un atardecer de ensueño en Bonaire con la silueta de cientos de velas que se perdían en el horizonte por la fuerza del viento; mientras en la orilla, casi al alcance de nuestros pies, miles de peces nos brindaba su fiesta de colores. Todo ello aderezado con una piña colada o un roncito bien preparado y la seguridad de que no seríamos importunados por venderos ambulantes.
Por otra parte la vida a bordo está llena de detalles para hacerte feliz: tu camarote siempre arreglado, con toallas limpias a discreción; el chocolate en la almohada junto a un animal hecho con arte y gracia con las mismas toallas. La cena servida a la hora, en un ambiente de restaurante caro, pero sin la preocupación de la propina y la oportunidad de comer, si así lo quisieras, casi durante todo el día, que hace que EL ABANDONO de cualquier dieta, fuera imperativo.
Las amistades hechas en el barco, a pesar de que sabemos pueden resultar efímeras, contribuyen para que tu tiempo transcurra oyendo a gente hasta ahora desconocida, contarte sus experiencias y hacerte parte de su vida, aunque sea de forma momentánea. Te llenas la cabeza con historias ajenas y piensas que podían ser materia para tus cuentos . Hay tanto que aprender de los demás, que al contarlo siempre nos quedaremos cortos, ya que sabemos la realidad siempre superará a la ficción.
La diversión al alcance de unas pocas cubiertas y variada como para satisfacer todos tus deseos: las piscinas, discotecas, boulevard con sus tiendas libres de impuestos y precios en dólares; el teatro, al cual por sus grandes dimensiones nos dimos por llamar el Teresita Carreño, con diferentes shows todas las noches y muy cerca la gran tentación: el casino con su mesa de ruleta, que les juro ya me llamaba por mi nombre, cuando pasaba cerca y a la cual siempre atendí con amoroso y prudente cuidado. No podía olvidarme que mi cupo de Cadivi estaba en las postrimerías y que su muerte súbita podía ocurrir en cualquier momento.
El 24 de diciembre merece párrafo aparte al comentar la bellisima misa de gallo, oficiada con el teatro lleno y los cantos de villancicos entonados en español, y acompañados por toda una orquesta. Un regalo que para nosotros fue inesperado: ver el fervor de casi todo el pasaje , en su más amplia mayoría latina, que se daba el abrazo de la paz y comulgaba, con el deseo sincero de que nuestros paises (México, Colombia Venezuela y Centroamérica) logren su bienestar.
Mis días de abandono ya terminaron, (al menos fuera del país). Ahora veo que la realidad está muy cerca: los propósitos malignos del gobierno se multiplican, el NO se nos viene encima y es urgente ponerse a trabajar. Sin embargo el recuerdo de estas vacaciones sólo hace que se me incentiven las ganas de seguir acumulando días de abandono… Por lo pronto ya me preparo para los venideros días de Carnaval.
A pesar de la rebaja a 2.500 $, te digo que NO te saldrás con la tuya y ésta que escribe se va… se va… a viajar.