domingo, 15 de febrero de 2009

El vuelo de la intrusa

Nelson es un hombre tranquilo. Está pensionado por el Seguro Social y discurre sus días entre su casa, uno que otro trabajo mata tigres y el casino al cual acude religiosamente a almorzar los domingos. Allí juega no más de diez mil bolívares en la quinta máquina que está a la entrada a la izquierda. Si la encuentra ocupada, tiene la paciencia de esperar, aunque a veces eso le tome más de una hora. Cuestión de cábala dice él.
Otra de sus ocupaciones habituales es barrer las hojas del jardín frente a su casa y regar las matas. A eso le dedica con seguridad los días sábado en la tarde, después que el sol se ha vuelto tímido y la brisa comienza a bajar desde el Ávila hasta donde vive en Macaracuay. Este último sábado no fue la excepción, sólo que el albur le jugó un tanto que no estaba programado; algo así como si le salieran los tres siete en línea de su maquina predilecta, pero sin esa buena suerte.
Con su rastrillo en la mano y muy afanado en su labor, Nelson sintió que algo le había entrado en su oído izquierdo. No le prestó mucho interés y siguió con su tarea.
En la noche un zumbido extraño hizo que se pusiera a pensar que su oído tenía adentro una fiesta a la cual no había extendido invitación o que una estación de radio estaba haciendo frecuencia modulada, muy cerca del tímpano.
El domingo amaneció con algo de fiebre y una supuración que salía de su oído que le impidieron ir al casino y a la consabida maquinita. Como además le había comenzado un dolorcito raro, pensó que ya era hora de ver a un especialista.
Al fin el lunes y luego de una mala noche con dolores punzantes, va a la clínica. ¡Sorpresa ¡ El otorrino le diagnóstica que tiene larvas de mosca en lo más profundo y que hay que operarle de inmediato; pero que mientras lo prepara para la cirugía, busque esencia de anís para colocarse dentro del oído y así ayudar a que las larvas no se sigan reproduciendo y si es posible se mueran. O sea que el anís sirva como un veneno para los huevos del díptero.
Comienza la búsqueda de la mágica esencia y nada. No se consigue sino en tiendas naturistas que ya están cerradas. La situación apremia y le recomiendan que dado que ya son casi las nueve de la noche, busque una botella de anís comercial, la que sea, pero que se apuren antes de que los supermercados cierren. El más cercano estaba ya a esa última hora lleno de parroquianos con sus carritos llenos de verduras, leche, alimentos. Lo normal de una compra semanal y el hijo de Nelson haciendo la cola para pagar con su única y preciada compra: una botella de Anís El Mono, y además pidiendo por favor que le cedieran el paso que era una emergencia. La cara de incredulidad de la gente al ver al muchacho muy serio, pero con el licor en la mano, no dejaba dudas sobre lo que estaban pensando: Este lo que va es a una rumba y en lunes..
El martes a la 10 de la mañana Nelson fue intervenido: le encontraron más de cien larvas haciendo su gran fiesta. Estaban en pleno bonche, algunas borrachas (por efecto del anís), lucían como cadáveres apilados en una trinchera, pero otras, las más rebeldes, parecían pedir más licor, como si quisieran seguir la fiesta. …
Le espera una semana con antibióticos, gotas de esencia de anís (El que al fin se consiguió) cada veinte minutos y además varios días de hospitalización y todo por una mosca en la oreja…
Las cosas que hay que ver.
Moraleja : Mosca con esa mosca