domingo, 23 de noviembre de 2008

La gran tranca.

Caracas nos tiene acostumbrados al tráfico diario. Es casi imposible que en un día normal de trabajo, en el cual tengamos que desplazarnos por la ciudad, no encontremos congestión en alguna de sus vías. Si no la hay en la autopista es para creer en los milagros. Pareciera que los vehículos se multiplicaran en determinadas horas y que todos, pero todos, tuvieran que ir al mismo sitio que nosotros.
El jueves 20, no fue la excepción, pero si tuvo un componente adicional que hizo que Caracas materialmente colapsara en todas sus arterias viales: ese día comenzó a llover desde muy temprano en la tarde.
Nunca imaginé que ese torrencial aguacero, parecido a muchos otros fuera a tener tan lamentables consecuencias, en especial para los habitantes del sureste, entre los que me cuento.
El hecho es que salí de mi oficina, muy cercana a la Plaza Venezuela, a las 6 y 30 p.m. y una hora después sólo había logrado avanzar dos cuadras hasta donde se encuentra el edificio Polar. Me encontraba literalmente atrapada y sin salida; rodeada de miles de conductores tan desesperados como yo y con el agua que no dejaba de caer con la misma fuerza de una catarata.
Como complemento del desastre se había formado una laguna en los alrededores de la fuente (ahora en interminable remodelación), que amenazaba con entrar dentro de mi carro.
La radio no me daba noticias de lo que estaba pasando debido a la consabida cadena presidencial, tan inoportuna como innecesaria. Así que el único contacto era a través del celular, desde el cual me llegó la casi orden de parte de una de mis hijas: devuélvete para tu oficina y quédate allí, que en la autopista Prados del Este hubo un derrumbe y no hay paso.
Tomar la decisión fue de inmediato, pero dar la vuelta subiendo por la Ave. Principal de Maripérez, junto a la Sinagoga; llegar al cruce con la Ave. Libertador, transitar tres cuadras y volver a entrar al estacionamiento de la oficina, ¡me tomó dos horas y media i.
Mi esposo, que venía desde La Guayra y ya llevaba tres horas de cola, atiende mi llamado y como estaba cercano a Plaza Venezuela, decide ir también hasta mi oficina. El plan estaba ya en camino: nos quedaríamos allí hasta que la ciudad retornara a la calma. Pero eso no sucedió (al menos esa noche).
Era hora de poner en marcha el plan B. Así que tras muchas llamadas telefónicas buscando posada, nos fuimos a un hotel cercano, en plena Avenida Libertador, de esos que llaman de paso, pero que a nosotros nos pareció el paraíso.
Una cama limpia, aire acondicionado y sin colas que sufrir, nos permitieron dormir hasta las 9 a.m. del día siguiente.
La gran tranca propicia e incentiva al reencuentro e intimidad y al descanso posterior. No caben dudas….

1 comentario:

Antigonum Cajan dijo...

La gran tranca, embotellamiento..
Parece ser el destino de todos,
los mas recientes, China e India.

Continuar con la estaounidense
infatuacion con el automovil,
terminara de arruinar un mundo
arruinado practicamente en su
totalidad.

O habra quien lo dude?