Después de 35 años sin visitar al país, con tan solo llegar al
aeropuerto Juan Santamaría de San José de Costa Rica, ya pude constatar el
enorme cambio favorable que ha tenido. Su capital San José, aún conserva sin
embargo un aire pueblerino, con calles flanqueadas por casas que ahora se han
convertido en comercios variados y que laten al ritmo de miles de peatones. A
toda hora en los cruces de las esquinas caminan presurosos, sin detenerse ante
sus emblemáticos edificios como el primer hotel lujoso el Costa Rica, con su
bien servido restaurante, el cual se precia de haber alojado a Cantinflas, y situado frente el Teatro Nacional (finales del siglo XIX), y en ángulo con el
Museo del Oro precolombino, de arquitectura subterránea y la Plaza de la
Cultura. La catedral de San José de Nazaret, con su cúpula, vitrales y pisos de
mosaicos. El antiguo edificio de Correos y Telégrafos o el moderno edificio que es
sede del Tribunal Supremo de Justicia en el distrito financiero. Acaso en los
parques y plazas sea en los únicos sitios que se detiene ese ritmo, al recibir por momentos a la parejita joven enamorada, al
adulto mayor jubilado o al indigente adormecido. Para
tomar el pulso es obligatorio visitar el mercado Central y apreciar la variedad
de productos agrícolas, sus típicos comederos y la gran cantidad de ventas de
flores. Al igual que ver el largo callejón de tarantines que es el Mercado de las Artesanías exhibiendo trabajos
en madera, tejidos y cerámica, adyacente a la Plaza de la Democracia y cercano al Museo Nacional con su escalinata flanqueada por un extraña escultura de
vidrio. En el parque La Sabana está el estadio Nacional de fútbol dos medias
conchas que desafían al espacio y lanzan su reto al cielo; el Museo de Jade, en
la sede del Instituto Nacional de Seguros, con una enorme escultura en bronce en
su frente. Muy cerca La Casa Amarilla, sede del gobierno, la cual cubre una manzana y luce confiada a la mirada del paseante
turista, sin grandes guardianes.
jueves, 14 de marzo de 2013
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