domingo, 13 de abril de 2008

Dolor y añoranza



Sólo el cauce del tiempo
lleno de orillas
nos vincula y nos separa.
Ramón Querales

El dolor de no tener las cosas que añoramos. La sensación de anhelar lo que tuvimos y ahora no poseemos, en este caso, un amor fraterno, una presencia, un cálido abrazo.
El constante pensar en ese alguien especial con quien compartir una noticia, un chisme. Añorar a ese ser a quien vimos crecer a nuestro lado, transformándonos ambas de niñas en mujeres. Con quien compartimos travesuras, secretos, perdones, el sinsabor por amores no correspondidos, maldades, críticas, estudios, caminatas y autobuses para el liceo y la Universidad. Ese constante recordar como planeamos fiestas, nos disfrazamos en Carnavales, celebramos bautizos, fuimos a bodas ajenas y propias. Discutimos películas, libros, opinamos lo contrario de la otra, nos disgustamos y nos contentamos. Hacer el balance de las veces que juntas reímos y lloramos por las pérdidas comunes o por las propias de cada quien. Abrazamos causas, hicimos política, defendimos derechos, peleamos por otros, mentimos sin dañar, ocultamos verdades para no herir. Ayudamos al amigo y aún sin recibir su apoyo, olvidamos rencores. Pasamos la página de los malos ratos, para escribir en las que estaban en blanco proyectos comunes y oportunos. Perder la cuenta de los viajes hechos, abiertas al cambio, buscando horizontes y momentos felices. Sentirnos satisfechas de como amamos y cuidamos a los padres y hermanos, dándoles el hombro y llorando su ausencia. Compartimos herencias sin ver a quien le tocaba más o menos y sin pensar que un día sería la tuya, la de tu generosidad, la que nos arroparía hasta el último día y que habría de alcanzar para todos a quienes amaste. Verte multiplicando el afecto y así a falta de hijos propios adoptabas sobrinos y coleccionabas ahijados.
Pensar en ti Beatriz, es hacer el camino que me falta con alegría, al llenar con tu perfume los rincones del alma. Es acortar el tiempo, cuando hay que esperar, con tu recuerdo que lo llena y abarca todo. Es sentir la mirada ladeada de tus grandes ojos negros y es oír la risa gitana como soplo de viento de tu melena larga, lisa unas veces y encrespada otras, como tu ceño, cuando te proponías metas y no las alcanzabas.
Añorar tu presencia, tu compañía, recordar tu cuerpo y tus múltiples dietas. Admirar tu rostro con la belleza de una pintura de virgen del Renacimiento, con su tez de nácar y sus cejas perfectas. Maquillada siempre con los colores del alba, hasta para hacer la limpieza y cumplir con esa manía tuya de que todo estuviera impecable.
Pelear por ti con quien yo pensaba no te amaba lo que tú merecías. No estar de acuerdo con muchas de tus cosas, pero asentir en silencio para entender y respetar tus razones.
Es pedirte perdón por no estar contigo a la hora y final de tu último día. Por no saber que pensabas cuando, ojala feliz, regresabas de Margarita con nuestra prima, otra hermana, Carmen Cecilia y una maleta repleta de compras, perfumes, maquillajes y aquella blusa verde esperanza que nunca estrenaste.
Me faltó mucho por decirte querida hermana, pero creo que tú ya eso lo sabes.
Este 14 de abril, la estrella más brillante llevará hasta tu morada toda su luz y la pondrá en tu pelo, y así yo sabré que desde allá sigues conmigo, aunque te añore como el primer día de estos largos 17 años en los que no oigo tu risa, ni me contestas cuando digo tu nombre.

2 comentarios:

Francisco Pereira dijo...

Ile.
No tengo mas que decirte, es muy hermosa, sentida, tu carta.
POr eso es que dicen que los seres queridos mueren verdaderamente cuando se les olvida.

Joseín Moros dijo...

No hay palabras adecuadas para expresar mi sentir.
Un abrazo Ileana.