sábado, 5 de abril de 2008

La espera




Una calle cualquiera detenida en el tiempo como las piernas de Marcelo. No puede alcanzar más allá de su entorno, depende de su silla de ruedas. Quiere ir lejos de su propia resignación y evadir su miseria, pero está encadenado a su destino, al igual que un vehiculo sin chofer espera quien lo lleve a conocer otros caminos.
Al mirar desde la ventana, a esa calle sin nombre que recordar, le parece casi la salvación llegar hasta abajo, donde la vía se cruza con el río; internarse entre la gente como uno más, sin que sus pasos parezcan diferentes a los de los otros.
Más fácil que hacerlo es pensarlo, y así el pensamiento tiene no sólo alas sino piernas, largas y ágiles, no tullidas y maltrechas, que no le llevan a ninguna parte. O ¿será que en ninguna parte es donde ahora está?
Desde su rincón la ve pasar todos los días, es casi a la misma hora cuando vislumbra la silueta que a fuerza de esperarla se le hace cada vez más lejana. Sin ir a su encuentro, sin verla de cerca, ya la reconoce cuando asoma por la esquina y cruza justo enfrente del kiosco de periódicos. A veces se detiene un poco, sólo lo suficiente para que él le pueda detallar la melena de rizos como serpientes o ¿son gusanitos jugando entre sus dedos?
Desde la altura del tercer piso, los colores se le confunden, ya no sabe si es por la luz de la tarde, o que la noche se anticipa cuando se piensa tanto en alguien. Ahora ya no la ve, presiente que está justo pasando bajo su puerta, la de su casa y pequeña cárcel. Si ella no cambiara de acera, allí justo donde cruza, él la podría observar durante más tiempo, pero no lo hace y no consigue sino seguir pensando, adivinando, como los pasos van uno a uno hasta perderse detrás de alguna puerta, la puerta de ella.
Si hubiera sido en otro tiempo, cuando era rápido y curioso, al verla asomar a la esquina iría a su encuentro. Le hablaría, la tomaría del brazo, quizás hasta le daría un beso, no uno robado, sino esos que se dan de costumbre, cuando sabes que las cosas son tuyas y las puedes tener cuando quieres. No habría tanta espera, tanta desolación y toda la ciudad le sería conocida, no sólo esa calle, una calle cualquiera, la única que ve desde su ventana, entre nieblas y hastío.
Es desde su ventana, lleno de una esperanza que se mengua con cada día que pasa, que éstos sin ser iguales, parece que fueran los mismos. Ahora viene el atardecer y con él termina la espera hasta el día siguiente. Más tarde dar tiempo al tiempo para que llegue el alba y allí anclarse de nuevo contando hormigas, como se cuentan minutos. La soledad no acepta compañía, lo llena todo ella sola y Marcelo lo sabe y lo sufre. Entró en ese círculo ya hace tres años, cada vuelta lo lleva más hondo y profundo. Solo ella, la sin nombre, lo mantiene a flote. ¿Como llamarla? Mil nombres le había puesto, pero ahora disfrutaba de ese anonimato obligado, había renunciado a imaginarla asociado a alguno. Es simplemente ELLA.
—Mañana bajaré a esperarla, — se miente Marcelo—, y el sólo pensamiento le da escalofríos.
— ¿Que le diré?
Y escribe y repasa el guión que puede escenificar. No hay razón para no hacerlo o las miles que hay ya no importan, ha tomado su decisión y con ese pensamiento se siente menos solo.
Es diciembre y la música de unos aguinaldos sube hasta su ventana y lo liberan de momento de su triste entorno. Sueña. Se ve a si mismo con sus piernas volando como alas de pájaros sobre las calles y despierta sintiendo que sus palmas recogen el llanto de su cara. Siempre habrá una espera, mientras él esté dentro de una pesadilla, con la revelación de un mañana que llega igual que tantos otros. No hay guión, no hay palabras, su círculo diario está por cerrarse.
Ella ignorante cómplice de esa espera, recorre cada día su habitual camino, da cada paso sin pensar en quien la observa y cruza la calle, dónde siempre, cercana a la acera que la lleva a su puerta, que no es otra puerta sino la de Marcelo. Ninguno de los dos le habla a las piedras, quienes si saben, que ambas puertas son la misma puerta y sigue la espera.
Ahora sí siente el frío, cierra la ventana y sigue callado, mientras su círculo se cierra hasta el alba y comienza de nuevo la espera.

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